Cambiar, volver a empezar, girar la tuerca y caminar a paso firme.
Era todo lo que necesitaba, aunque no siempre lo que prefiriera. Al final, todo era cuestión de tomar decisiones sin pararse a pensarlo demasiado. Si no, no estaría aquí, en la habitación con techo estrellado que me alberga en una ciudad sin astros visibles en la noche.
Casi dos meses han pasado desde que me dejaran mis progenitores, llorosos e incrédulos de mi capacidad de supervivencia en estos lares. Desde que descolgara mis posters y me fuera, literalmente, con mi música a otra parte.
Casi dos meses, y ya han pasado tantas cosas.
Se han sucedido muchas primeras veces en diferentes tiempos: primera vez cruzando la ciudad en metro hasta conseguir colegiarme, primera vez conviviendo con gente desconocida, primera vez conduciendo por Madrid, primera vez pérdiéndome con el coche al volver a casa...pisos, estaciones, razas, teatros, conciertos, parques, paseos, rastro, visitas, saxofones, clown, reencuentros, frío, lluvia, calor, retiro, Marlango, Quique, terracitas, pelis, nuevas amistades, sustos, risas, penas y alegrías.
Y qué fácil está siendo. Quizás mucho más de lo que esperaba. Siempre he sido de la opinión de que cuando lo que dejas atrás es peor que lo que tienes por delante, nada puede ser muy difícil.
Queda mucho por hacer, por descubrir, por aprender. Pero con ganas, que ya tocaba tenerlas después de salir de un agujero negro, oscuro y angustioso.
Aquí las cosas duelen menos, por lo menos a mi. O puede que simplemente me haya hecho más fuerte, que haya crecido unos cuantos años en tan sólo unos meses.
Y es que no es lo mismo que te enseñen el caramelo y te lo quiten, que morderlo con ganas y exprimiendo los sabores.