sábado, 30 de abril de 2011
1Q84 (Libros I y II)- Haruki Murakami
"Si no lo entiendes sin que te lo explique, quiere decir que no lo entenderás por más que te lo explique"
viernes, 29 de abril de 2011
Imprevisible
Tú eso no lo ves, claro. Tú miras la fachada y ya está. La culpa es mía, que nunca te he dejado ver lo que hay detrás, nunca he dejado las cosas claras. Pero es que temo que, si lo descubres, decidas besarme con rabia o echar a correr y no te vuelva a ver. Es difícil de explicar, me da tanto miedo lo uno como lo otro y, a su vez, lo deseo. No siempre es sencillo poner nombre a un sentimiento, aún siendo lo que más me guste hacer.
Si no sientes, corres el riesgo de perderte, está claro. Pero si lo que sientes lo dejas encerrado entre cuatro paredes, termina por minarte las noches y los días. Sobre todo las noches. Esas noches en las que preferiría tenerte en mi cama y tengo que salir a rastrear, esas que tengo que pasar sola, abrazando una almohada demasiado muerta.
Pero eso no lo sabes, ni tan siquiera creo que llegues a imaginarlo.
Puede que mañana me arrepienta de haber escrito esto, o puede que saque fuerzas y te lo cuente. También puede que, de repente, diga todo eso que nunca digo, todo eso que grito cuando me miras. O puede que, simplemente, desaparezca y no vuelvas a saber de mi.
Pero así soy, y entendería que no me entendieras, yo no lo hago, pero me ha tocado vivir conmigo y no puedo librarme facilmente del torbellino mental en el que ando sumida.
La soledad no es mala cuando es autoimpuesta, siempre lo he dicho, pero no poder tenerte cuando quiero me parece un desastre universal. Luego, la tierra tiembla y la gente se echa las manos a la cabeza mientras yo intento explicarme cómo es posible que aún no haya explotado en mil pedazos.
Que sí, que no soy de lo más cabal de tu territorio, pero admite que soy una pieza indispensable en un puzzle que no sabes terminar. Quizás sea eso lo que ocurre, que no terminas de encajarme entre todas esas otras piezas, que mis pestañas se enredan y cambian de posición cuando les viene en gana y eso te desorienta. Date cuenta ya. Cierra los ojos y recuerda cada paso, cada movimiento, no es tan difícil. Cada vez estás más cerca, no lo estás haciendo del todo mal. Pero hazme un favor, cuando caigas en la cuenta, dímelo y ayúdame a cerrar el círculo.
Ojala algún día podamos reírnos de cada letra, de cada palabra no dicha. Ojala seas lo feliz que mereces ser, que la vida te ponga donde deberías estar. Ojala todo.
Si no sientes, corres el riesgo de perderte, está claro. Pero si lo que sientes lo dejas encerrado entre cuatro paredes, termina por minarte las noches y los días. Sobre todo las noches. Esas noches en las que preferiría tenerte en mi cama y tengo que salir a rastrear, esas que tengo que pasar sola, abrazando una almohada demasiado muerta.
Pero eso no lo sabes, ni tan siquiera creo que llegues a imaginarlo.
Puede que mañana me arrepienta de haber escrito esto, o puede que saque fuerzas y te lo cuente. También puede que, de repente, diga todo eso que nunca digo, todo eso que grito cuando me miras. O puede que, simplemente, desaparezca y no vuelvas a saber de mi.
Pero así soy, y entendería que no me entendieras, yo no lo hago, pero me ha tocado vivir conmigo y no puedo librarme facilmente del torbellino mental en el que ando sumida.
La soledad no es mala cuando es autoimpuesta, siempre lo he dicho, pero no poder tenerte cuando quiero me parece un desastre universal. Luego, la tierra tiembla y la gente se echa las manos a la cabeza mientras yo intento explicarme cómo es posible que aún no haya explotado en mil pedazos.
Que sí, que no soy de lo más cabal de tu territorio, pero admite que soy una pieza indispensable en un puzzle que no sabes terminar. Quizás sea eso lo que ocurre, que no terminas de encajarme entre todas esas otras piezas, que mis pestañas se enredan y cambian de posición cuando les viene en gana y eso te desorienta. Date cuenta ya. Cierra los ojos y recuerda cada paso, cada movimiento, no es tan difícil. Cada vez estás más cerca, no lo estás haciendo del todo mal. Pero hazme un favor, cuando caigas en la cuenta, dímelo y ayúdame a cerrar el círculo.
Ojala algún día podamos reírnos de cada letra, de cada palabra no dicha. Ojala seas lo feliz que mereces ser, que la vida te ponga donde deberías estar. Ojala todo.
miércoles, 27 de abril de 2011
Aún te recuerdo
"No me atrevo a abrir los ojos pues te juro que hace un rato es tu voz la que escuché casi gritando y de no ser tu rostro acabaría con todo. Con los ríos, las cosechas, los mares, la poesía, nadie va a hacerme reír si no es tu risa".
http://www.youtube.com/watch?v=Tt2s_LdLXc4
http://www.youtube.com/watch?v=Tt2s_LdLXc4
viernes, 15 de abril de 2011
¿Quién se llevó tu mes de abril?
Te llevaste las caricias, las miradas, las sonrisas. Sin darte cuenta, te llevaste el brillo también. Me dejaste sin luz, pero ¿para qué íbamos a brillar dos pudiendo brillar sólo tú? Venías, me arrojabas alguna de las migajas que te sobraban de algún otro amor y te marchabas sin escuchar cómo se me partía el corazón. Fue así, resquebrajándose, como, paradojas de la vida, se tornó más duro.
Con aquellas migajas pasaba la semana. Al principio me las comía, pero resultaba muy macabro esperar a que te dignaras a volver y dejar más. Así que, un buen día, compré una cajita de cartón y empecé a meterlas dentro. En parte, para no verlas y olvidar, y, en parte, para comérmelas de golpe en un momento bajo. Siempre la llevaba conmigo, por si volvías y se presentaba la ocasión de meter más o por si llegaba el ansioso momento de terminar con todas. Me sentía tan pequeña, que hasta la ropa se había hecho más grande que yo, sin darme cuenta de que lo que estaba ocurriendo es que estaba perdiendo peso. Así, me hice un poco menos visible, dejé de ser imprescindible en cualquier lugar, y empecé a caminar como un espectro más sin saber que, al igual que estaba dejando de importarle al resto del mundo, el poco interés que pudieras tener puesto en mí también se estaba evaporando para formar una enorme nubre negra que me acompañaría allá donde fuera.
Una tarde de finales de abril, me encontraba caminando sin rumbo con mi cajita debajo del brazo y la nube sobre mis sesos, con el ánimo en el suelo y los ojos recorriendo las baldosas. Puede que, en algún momento, ese desánimo tomara un estado gaseoso, pues la nube que tenía sobre mí se volvió tormenta. Empezó a tronar y a llover. Eché a correr creyendo que así podría dejarla atrás, pero fue una estupidez, pues me siguió a la misma velocidad. Mi torpeza, y supongo que también la cruda realidad, terminaron por dejarme caer de bruces contra el suelo, precipitándose la caja también, abriéndose y esparciéndose las migajas por la acera. No pude hacer nada, se empaparon y resbalaron calle abajo hasta caer por una insaciable alcantarilla.
¿Eso era todo?, ¿así terminaba la historia? Al rato acepté la idea de que quizás la mayoría de ellas terminan así, de la manera más tonta. Yo me había quedado allí sentada, mojándome, derramando las lágrimas en los charcos de desencanto que se habían ido formando. Cuando la nube no tuvo nada más que arrojar sobre mí, se disipó.
Curiosamente, el sol no me secó. ¿Qué importaba? Si todo lo que pudiera querer te lo habías llevado tú. Sin brillo, ni caricias, ni miradas, ni sonrisas y, entonces también, sin las migajas de todo aquello, no se podía vivir.
En algún momento, alguien que paseaba por allí, pudo verme. Me alivió saber que aún existía alguien capaz de advertir la presencia en un espectro más. Se agachó para preguntar si me encontraba bien, y sólo pude responder que un poco empapada. Me miró, sonrió y me tendió la mano para ayudarme a levantar. Supuse que el simple hecho de que se hubiera fijado en alguien casi invisible le convertía en alguien especial, quizás alguien que pudiera brillar con luz propia. Así que agarré su mano, me puse de pie y, a partir de entonces, mayo comenzó.
Con aquellas migajas pasaba la semana. Al principio me las comía, pero resultaba muy macabro esperar a que te dignaras a volver y dejar más. Así que, un buen día, compré una cajita de cartón y empecé a meterlas dentro. En parte, para no verlas y olvidar, y, en parte, para comérmelas de golpe en un momento bajo. Siempre la llevaba conmigo, por si volvías y se presentaba la ocasión de meter más o por si llegaba el ansioso momento de terminar con todas. Me sentía tan pequeña, que hasta la ropa se había hecho más grande que yo, sin darme cuenta de que lo que estaba ocurriendo es que estaba perdiendo peso. Así, me hice un poco menos visible, dejé de ser imprescindible en cualquier lugar, y empecé a caminar como un espectro más sin saber que, al igual que estaba dejando de importarle al resto del mundo, el poco interés que pudieras tener puesto en mí también se estaba evaporando para formar una enorme nubre negra que me acompañaría allá donde fuera.
Una tarde de finales de abril, me encontraba caminando sin rumbo con mi cajita debajo del brazo y la nube sobre mis sesos, con el ánimo en el suelo y los ojos recorriendo las baldosas. Puede que, en algún momento, ese desánimo tomara un estado gaseoso, pues la nube que tenía sobre mí se volvió tormenta. Empezó a tronar y a llover. Eché a correr creyendo que así podría dejarla atrás, pero fue una estupidez, pues me siguió a la misma velocidad. Mi torpeza, y supongo que también la cruda realidad, terminaron por dejarme caer de bruces contra el suelo, precipitándose la caja también, abriéndose y esparciéndose las migajas por la acera. No pude hacer nada, se empaparon y resbalaron calle abajo hasta caer por una insaciable alcantarilla.
¿Eso era todo?, ¿así terminaba la historia? Al rato acepté la idea de que quizás la mayoría de ellas terminan así, de la manera más tonta. Yo me había quedado allí sentada, mojándome, derramando las lágrimas en los charcos de desencanto que se habían ido formando. Cuando la nube no tuvo nada más que arrojar sobre mí, se disipó.
Curiosamente, el sol no me secó. ¿Qué importaba? Si todo lo que pudiera querer te lo habías llevado tú. Sin brillo, ni caricias, ni miradas, ni sonrisas y, entonces también, sin las migajas de todo aquello, no se podía vivir.
En algún momento, alguien que paseaba por allí, pudo verme. Me alivió saber que aún existía alguien capaz de advertir la presencia en un espectro más. Se agachó para preguntar si me encontraba bien, y sólo pude responder que un poco empapada. Me miró, sonrió y me tendió la mano para ayudarme a levantar. Supuse que el simple hecho de que se hubiera fijado en alguien casi invisible le convertía en alguien especial, quizás alguien que pudiera brillar con luz propia. Así que agarré su mano, me puse de pie y, a partir de entonces, mayo comenzó.
miércoles, 13 de abril de 2011
Como pez en el agua
Cuando era niña tuve varios peces. No todos juntos, uno cada vez. Pero todos ellos siempre tuvieron un par de cosas en común: eran naranjas y se llamaban Lucas.
La pecera tan sólo la cambiamos una vez, entre Lucas II y Lucas III, cuando estalló en pedazos contra el suelo, pero siempre fue redonda.
Solía tenerlos en mi habitación, encima de un tocadiscos roto. Podía pasarme horas muertas viéndolos dar vueltas mientras escuchaba a los Beatles o a Mecano. Por aquel entonces, yo envidiaba, en cierta manera, a esos peces porque se pasaban el día metidos en el agua.
Sin embargo, cuando cumplí siete u ocho años comencé a sentir cierta ansiedad cuando los veía cabecear contra las paredes transparentes de la pecera o boquear cuando acercaba un dedo al agua. Fue entonces cuando decidí sacarlos un ratito del agua cada tarde.
Entre cojugaciones verbales y tablas de multiplicar me acercaba hasta el pequeño y limitado recipiente, metía la mano y cogía al indefenso pez. Luego, lo llevaba hasta el escritorio y lo dejaba sobre algún papel. Al principio, movía su cuerpo espasmódicamente pero, a medida que pasaban los segundos, parecía darse por vencido. Comprobaba que aquella idea no era mucho mejor que la de seguir mirándolos estamparse contra las paredes de la pecera y volvía a meterlos en el agua. La mayoría de las veces quedaba alguna escama pegada en el papel y, con el paso de los días, Lucas (I, II, III o IV, quién sabe cuál) empezaba a nadar con una sola aleta. He de admitir que verlo remar de esa manera era verdaderamente patético. Me apenaba enormemente porque sabía que aquello era un signo claro de que la parca vendría pronto a visitarle.
No siempre fui yo la que encontró los cadáveres de los sucesivos Lucas. Pero también es cierto que mi madre nunca trató de endulzar la situación. Llegaba del colegio y me decía: "El pez se ha muerto" (en Castilla somos así de directos). Luego que si vaya caras a la hora de comer, que si no había probado el pescao. Cualquiera se comía una sardina tras recibir esa trágica noticia.
No obstante, y aunque pueda parecer que mis experimentos fueron los causantes de sus muertes anticipadas, cada pez duraba un año. No importaba las judiadas que pudiera hacerles.
Todo esto lo cuento porque ahora detesto ver a los peces en las peceras. Que puede parecer una tontería contar todo esto para decir que prefiero los peces en el río o en el mar, pero es que aquí escribo lo que me apetece.
La pecera tan sólo la cambiamos una vez, entre Lucas II y Lucas III, cuando estalló en pedazos contra el suelo, pero siempre fue redonda.
Solía tenerlos en mi habitación, encima de un tocadiscos roto. Podía pasarme horas muertas viéndolos dar vueltas mientras escuchaba a los Beatles o a Mecano. Por aquel entonces, yo envidiaba, en cierta manera, a esos peces porque se pasaban el día metidos en el agua.
Sin embargo, cuando cumplí siete u ocho años comencé a sentir cierta ansiedad cuando los veía cabecear contra las paredes transparentes de la pecera o boquear cuando acercaba un dedo al agua. Fue entonces cuando decidí sacarlos un ratito del agua cada tarde.
Entre cojugaciones verbales y tablas de multiplicar me acercaba hasta el pequeño y limitado recipiente, metía la mano y cogía al indefenso pez. Luego, lo llevaba hasta el escritorio y lo dejaba sobre algún papel. Al principio, movía su cuerpo espasmódicamente pero, a medida que pasaban los segundos, parecía darse por vencido. Comprobaba que aquella idea no era mucho mejor que la de seguir mirándolos estamparse contra las paredes de la pecera y volvía a meterlos en el agua. La mayoría de las veces quedaba alguna escama pegada en el papel y, con el paso de los días, Lucas (I, II, III o IV, quién sabe cuál) empezaba a nadar con una sola aleta. He de admitir que verlo remar de esa manera era verdaderamente patético. Me apenaba enormemente porque sabía que aquello era un signo claro de que la parca vendría pronto a visitarle.
No siempre fui yo la que encontró los cadáveres de los sucesivos Lucas. Pero también es cierto que mi madre nunca trató de endulzar la situación. Llegaba del colegio y me decía: "El pez se ha muerto" (en Castilla somos así de directos). Luego que si vaya caras a la hora de comer, que si no había probado el pescao. Cualquiera se comía una sardina tras recibir esa trágica noticia.
No obstante, y aunque pueda parecer que mis experimentos fueron los causantes de sus muertes anticipadas, cada pez duraba un año. No importaba las judiadas que pudiera hacerles.
Todo esto lo cuento porque ahora detesto ver a los peces en las peceras. Que puede parecer una tontería contar todo esto para decir que prefiero los peces en el río o en el mar, pero es que aquí escribo lo que me apetece.
martes, 5 de abril de 2011
Los piratas
Tras varios años de retiro, he recuperado mi contacto con "Los piratas". Creo que, esta noche, serán mi mejor compañía.
Como no me veo muy capaz de ordenar palabras, dejo una muestra de lo que está ocurriendo ahora mismo en mi cabeza.
Como no me veo muy capaz de ordenar palabras, dejo una muestra de lo que está ocurriendo ahora mismo en mi cabeza.
lunes, 4 de abril de 2011
Sonríe al espejo
Cuando las cosas están por salirse de lugar, terminan saliéndose todas. Esta mañana, sin ir más lejos, se me ha salido un dedo de la mano. Así, sin avisar. Ha decidido que no quería permanecer más tiempo agarrado al cuarto metacarpo y se ha dejado caer.
También puede ser que la tensión que vengo acumulando estos días haya querido escaparse por esa brecha. Macabro, pero gracioso.
Si pudiera cerrar los ojos y abrirlos viernes, por ejemplo, lo haría, sin lugar a dudas. Por desgracia, la ciencia no ha avanzado hasta esos límites. No quiero empastillarme, sólo estar tranquila. Y no creo que medicarme sea la mejor solución para estarlo. Prefiero ir a gritar contigo, caminar como pollo sin cabeza por mi barrio, ver atardecer y volver a casa algo más despejada. A veces me encantaría vivir ciertas cosas en tercera persona, pero este año he decidido empezar a responsabilizarme de todo aquello que me asusta. Estoy empezando a comprender que no debo salir corriendo cada vez que algo me da miedo. No quiero seguir huyendo.
Prefiero que me agarres la mano, me claves los ojos y me digas que todo está bien, que "somos". Y que, como "somos", estamos.
No quiero un 2011 primo del 2009. Quiero un año lleno de cosas buenas. Que aunque este nos haya golpeado en su primer hoja del calendario, aún tengo fé en que pueda florecer en primavera. Una primavera que se resiste a comenzar.
Pero seamos positivos y confiemos en que todo va a ir estupendamente. Enterremos la ansiedad bajo algún asiento de ese tren en el que ayer pensé que se me iba a ir la vida y empecemos a sonreír al espejo, que es el único que siempre nos va a responder.
También puede ser que la tensión que vengo acumulando estos días haya querido escaparse por esa brecha. Macabro, pero gracioso.
Si pudiera cerrar los ojos y abrirlos viernes, por ejemplo, lo haría, sin lugar a dudas. Por desgracia, la ciencia no ha avanzado hasta esos límites. No quiero empastillarme, sólo estar tranquila. Y no creo que medicarme sea la mejor solución para estarlo. Prefiero ir a gritar contigo, caminar como pollo sin cabeza por mi barrio, ver atardecer y volver a casa algo más despejada. A veces me encantaría vivir ciertas cosas en tercera persona, pero este año he decidido empezar a responsabilizarme de todo aquello que me asusta. Estoy empezando a comprender que no debo salir corriendo cada vez que algo me da miedo. No quiero seguir huyendo.
Prefiero que me agarres la mano, me claves los ojos y me digas que todo está bien, que "somos". Y que, como "somos", estamos.
No quiero un 2011 primo del 2009. Quiero un año lleno de cosas buenas. Que aunque este nos haya golpeado en su primer hoja del calendario, aún tengo fé en que pueda florecer en primavera. Una primavera que se resiste a comenzar.
Pero seamos positivos y confiemos en que todo va a ir estupendamente. Enterremos la ansiedad bajo algún asiento de ese tren en el que ayer pensé que se me iba a ir la vida y empecemos a sonreír al espejo, que es el único que siempre nos va a responder.
viernes, 1 de abril de 2011
Noche de perros
En noches como esta, sólo queda ponerse una copa de vino (detrás de otra), a lo Bridget Jones, escuchar una canción de lo más triste y, como mucho, coger un libro e intentar leer alguna línea antes de ponerte a cantar la desgarradora y melancólica canción como si fueras la mismísima Bony Tyler. Puede parecer patético, lo sé, pero tampoco lo veo tan malo.
A decir verdad, habría preferido emborracharme en compañía, tocar un poco la guitarra, bajar a dar un paseo por el barrio y observar si la luna tiene el mismo color que ayer. Me resulta duro pensar que, aún hoy, en noches como esta, después de un año, a veces necesite no estar sola. De vez en cuando, se necesitan cosas que no se piden y, claro está, tampoco te son dadas. Lo difícil es dar sin que te pidan y sin esperar nada a cambio. Aunque es cierto que siempre habrá alguien que lo haga, y siempre estarás dispuesto a hacerlo por alguien.
De momento, saldré del trabajo, me fumaré el cigarro de los viernes y, después, dejaré que la noche sea la que termine de mandar.
A decir verdad, habría preferido emborracharme en compañía, tocar un poco la guitarra, bajar a dar un paseo por el barrio y observar si la luna tiene el mismo color que ayer. Me resulta duro pensar que, aún hoy, en noches como esta, después de un año, a veces necesite no estar sola. De vez en cuando, se necesitan cosas que no se piden y, claro está, tampoco te son dadas. Lo difícil es dar sin que te pidan y sin esperar nada a cambio. Aunque es cierto que siempre habrá alguien que lo haga, y siempre estarás dispuesto a hacerlo por alguien.
De momento, saldré del trabajo, me fumaré el cigarro de los viernes y, después, dejaré que la noche sea la que termine de mandar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)