jueves, 12 de mayo de 2016

Viernes.

Llevo cinco meses sin verte y no te has dado cuenta. O lo sabes, pero no conoces mi dolor. O lo conoces, pero no te importa. Y lo entiendo.

Voy a ser franca, a sabiendas de que no vas a visitar este museo de la vergüenza. He perdido varias piezas del puzzle y no falta mucho para terminar de desarmarme, pero tú eras la que nadie quiere perder, el ojo visible de la niña que esconde media cara tras un girasol.
Me instabas a comerme el mundo. No lo estoy haciendo y no te llamo para que no tengas que oírlo. Lo siento.
Te imagino como siempre quise que fueras, como sé que estás siendo, pero supongo que todo el orgullo que me produce saberlo es el hermano gemelo de la decepción que sentirías tú si me supieras ahora mismo.
Todos me advirtieron de este dolor. Todos menos tú. Pero qué ibas a saber, si matabas el tiempo sacándole brillo a mi egoísmo. No me quedan derechos, no los pido, pero ojalá una de esas viejas rutinas que tanto gustan, y que tanto odiábamos, nos empujase al encuentro de la amistad que ya no es.

Es jueves y sigue lloviendo.
Es jueves y no sé dónde estás.
Es jueves y estoy herida.
Es jueves y no quiero que nadie que no seas tú me seque las lágrimas.
Es jueves y no puedo llamar a tu puerta porque sigues siendo Viernes.


lunes, 9 de mayo de 2016

Volver.

El olvido es ese analgésico que no calma por quedar alojado en la garganta de quien lo prueba.

Vuelvo porque salir de aquí me llevó a un lugar del que no me he atrevido a volver hasta ahora y, aunque siga intentando reparar cada una de las piezas que fui perdiendo por las aceras de los errores de los que aún no me arrepiento y conserve la esperanza de que la caja de cartón donde las guardo se seque de la lluvia que parece no querer dejar de caer en ninguna de las ciudades que semihabito, he aprendido algunas cosas que seguramente no utilice jamás.
Vuelvo al lugar del que tanto me avergüenzo llena de vergüenza, como intentando demostrar que aún se puede vivir con ese sentimiento, algún tiempo más, sin desearse la muerte. Pero de nada sirve el rencor, de nada la lágrima. Si acaso la tristeza puede arroparnos al despertar, justo cuando el sueño torna en realidad y la angustia nos ha desnudado. De poco sirven el lamento y la duda, como de poco serviría el retorno que nunca deseé o el conocimiento de una información que ya no me concierne.

Cuando ya no me reconozcas, cuando el tiempo haya borrado el recuerdo de una mentira, cuando me haya acostumbrado a vivir bajo la resignación y sus normas, cuando tan sólo sea el fantasma de esa presencia que fue perdiendo el nombre y la entidad, nada habrá servido de nada. De nada la ilusión, de nada la pena, de nada las ganas ni el desamparo que la rendición trajo consigo.
Cualquier pérdida es una muerte, pero no toda muerte es una pérdida. Lo sé porque mis muertos me lo cuentan antes de desvanecerse en el recuerdo, como hiciste tú, antes de borrar el último instante vivido para evitar el futuro lamento, la memoria, la lágrima, la vergüenza de haberlos olvidado. Así, otros serán quienes sientan esta vergüenza algún día, tal vez estés sintiéndola tú ya (si es que aún existes y no es tu muerte una realidad), como la siento yo ante esta falta de memoria (sólo el tiempo me hará conocer por cuántas personas más habré de sentirla). Tu pérdida fue la muerte que me dejó el pavor a sentir una nueva pérdida; la que que me está obligando a intentar reparar las piezas, la caja empapada y la vergüenza.