¿Quién es el dueño de una carta: el remitente, o el destinatario? Acaso el correo, en su trayecto al menos.
¿Quién es el dueño de la herida: el que la causa, o el que la padece? ¿No son caras las dos de una misma moneda? O quizá el dueño es el sentimiento que les clava su dardo.
Quien ama, quien es amado y el amor: ese arquero que los llaga a ambos, ese puente levadizo en que se encuentran y se desencuentran… El dueño de la herida es el verdugo y es la víctima; es el idólatra y es su ídolo; pero, sobre todo, aquello que los vincula o los enfrenta, sea cual sea su nombre. Porque hay amores que no saben el suyo verdadero.
-Antonio Gala-
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