domingo, 4 de julio de 2010

No me chilles que no te veo

¿Alguna vez habéis tenido la sensación de haber hecho un ridículo espantoso y no tener claro muy bien por qué?
Pues así me siento yo. Son de estos días en los que te levantas y te felicitas. Te dices: "Muy bien, lo estás haciendo muy bien. Carai! te superas día a día. A este paso te dan un premio a la más gilipollas".
Y también piensas que puede que sea la resaca la que te esté nublando un poco la realidad, pero la sensación no ha desaparecido a pesar del paso de las horas.

Tomas un vermouth, tomas el sol, te tragas una misa, las lecciones de vida de tu abuelo, el partido de Nadal, las peleas de tus primas, los gritos de su madre. Vas a la huerta a coger unas cerezas, te pones de guisantes hasta arriba, te bañas en la piscina y les cuentas a tus amigas que te sientes tremendamente gilipollas.
Manda narices que tengan que ser precisamente ellas las que te digan que no eres tú la idiota que debería morderse la lengua más a menudo. Que el ridículo no lo has hecho tú, que de lo único que tienes culpa es de ser amable con esa clase de gente que tiene el borde subido, el prejuicio por bandera, la impertinencia por definición y la simpatía atrofiada.

Conduces hasta Palencia y llamas a Santa. Tienes ganas de verle, de cenar con él, de rememorar viejos tiempos, de reirte de todo, de no contarle como te sientes para no tener que seguir hablando de algo sin ninguna clase de sentido. Y te pones a escuchar "Domingo astromántico", que no cambia la sensación, pero por un momento vuelves a sonreir. Sonríes, claro, hasta que recuerdas que también la cagaste en eso. Y te sientes, todavía, más idiota. No sólo ha sido una herida la que has causado.

Como siempre, incomunicado. El mismo niño desastre que se rompía un diente a la puerta del colegio, que se tiraba en plancha a la piscina y que pensaba que la acuarela se utilizaba en el baby..

Que no quería contar esto hoy, pero conmigo nunca se sabe. Y tú, desde luego, no tienes ni puta idea.

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