No quiero necesitarte con una urgencia desmesurada ni tener que morder mis labios por no poder morder los tuyos. Jamás soportaría rozar tu mano sin sentir que la vida termina en ese instante, que la Tierra deja de girar en torno al Sol, que moriré segundos después sin importarme lo más mínimo.
No quiero empezar a quererte y, sin embargo, se que no podré evitarlo porque, para que vamos a engañarnos, ya lo hago.
No quiero no querer escuchar una voz que no sea la tuya ni querer oler sólo tu aroma. Ese olor a fruta y ron, a horas largas y gritos ahogados que tan adentro llevo.
No quiero nada de eso y, sin embargo, me muero porque me agarres del brazo de esa manera tan firme y sutil en que sueles hacerlo, que me atraviesen tus ojos y me caliente tu sonrisa. Escribirte canciones que jamás escucharás, envolverlas en melodías noveles e imaginarias y lanzarlas al mar de mi confusión.
Quiero deshacer la cama deshecha, besar la piel besada, dormir de día y soñar de noche. Llamar a tu puerta y que un conejo disfrazado de mago me invite a pasar al país de las maravillas. Y encontrarte allí dentro, esperando una palabra, un beso, quizás el "no voy a marcharme" que nunca llegará. Pero encontrarte, como siempre, sin que sepas lo que quiero o dejo de querer, teniendo claro que no quiero otra cosa que no querer.
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