miércoles, 26 de enero de 2011

Rosa de Lima

Alguna vez me pregunta si soy feliz. Se sienta en el suelo, cruza esas cortas y delgadas piernas y me mira como si fuera lo único que pudiera hacer en ese momento. Nunca puedo decirle que no porque estaría mintiendo. Que a mi vida le faltan ciertas cosas o ciertas personas, no voy a negarlo. Pero, de todo lo que tengo, no cambiaría nada.
Otras veces se tira sobre mi y me abraza fuerte, como si por no hacerlo fuera a llevarme el viento o algo así. Creo que teme que un día me desintegre si no me agarra. Mea culpa, los cuentos que yo cuento trastocan su pequeño mundo y a veces no me doy cuenta.

-De mayor voy a ser como "La tata Carmen"- dice en la cocina- ni esposa ni madre.

¡Toma ya! Yo esperaba que dijera que sería enfermera, o que se dedicaría a ser feliz. Ni esposa ni madre. Vamos, toda una Bridget Jones. Hay que ver, lo mal que me ve. ¡Ahora empiezo a entender sus sentidos abrazos!

Me gustan sus "te quiero". Suele soltarlos cuando menos a cuento vienen. A veces, me llama por teléfono y sólo dice eso, que me quiere. Y, si el día ha sido malo, empieza a ser más amable.

Imposible no querer a esa rubia sonrisa, a una alegría tan pura. Imposible no ser feliz .

martes, 25 de enero de 2011

A quien tanto he querido

Creo que el principal problema estuvo en que cada vez que me dijo que me quería, no le creí. Debería habérmelo creído un poco, haber sabido valorar el hecho de que una persona estuviera dispuesta a hacer lo que fuera por estar a mi lado, y quiero pensar que en alguna ocasión estuve cerca de conseguirlo, pero nunca terminé de creérmelo.
Es una estupidez pensar que si no te lo llegas a creer del todo es como si no ocurriera. Pero sí que es verdad que, si no te lo crees no te vuelves tan vulnerable. Así, si luego resulta que es mentira, duele menos.

Cada palabra, cada hecho, cada viaje, cada canción me recordaban la verdad. Y no es que yo no le quisiera, aún le quiero como a pocos, pero nunca supe hacerlo bien. Jamás pude dar lo que me daba, y al principio fue fácil pero, meses después, el polvo que caía terminó convirtiéndose en una pesada losa de culpabilidad de la que nunca he sabido desprenderme.

Soy muy consciente de que no va a haber una persona que me trate como él me trató, que me vaya a entender cómo él lo hizo, ni que vaya a quererme igual. Es algo que tengo muy presente. Pero, a veces, no basta sólo con eso. Queremos la adrenalina en vena, el no saber vivir sin la otra mitad, el temblor de las extremidades ante cualquier tipo de encuentro, el ensimismamiento del enamorado. Puede que al final sea lo menos importante, pero, al principio, es lo esencial.

sábado, 22 de enero de 2011

Reflexiones de sábado

Siempre he pensado que hacer las cosas mal no es algo que esté directamente relacionado con ser mala persona. No todos damos siempre en el clavo a la primera, creo que es fácil pillarse los dedos más de una vez. Claro, luego viene lo de la uña negra. Pero que no piense la gente que hacer las cosas mal es una forma rápida de librarse de algo, que alivia el alma o quita un peso de encima. Es más, estoy casi segura de que lo añade.
No intento excusar mis malos gestos o mis meteduras de pata con esta idea.

Todo esto viene a que, anoche, un amigo, me dijo que soy buena persona. Y hacía tanto tiempo que alguien no me decía algo así de una manera tan espontánea, que había empezado a olvidarlo.
He hecho muchas cosas mal. Cosas que ya no puedo arreglar. Soy consciente de ello, y creo que cuando las hice no era tan consciente de lo que estaba mal y lo que estaba bien.
Suele pasarme,me cuesta distinguir lo que está bien de lo que está mal y eso me ha traído muchos problemas. Hay cosas muy claras: robar está mal, dar limosna está bien. Pero no hablo de eso. Hablo de hacer daño a la gente sin ser consciente de ello. Hablo de ser consciente meses después. Eso mismo ha sido lo que me ha herido hasta el punto de dejar de confiar en mi. No quiero hacer daño a la gente que me importa, que es mucha. Y para eso ha hecho falta sincerarme, primero conmigo y luego con los demás. No ha sido fácil. Solemos callar para no dañar sin saber que, a veces, callando es como más dañamos.

No me importa lo que algunos puedan decir. Tan sólo hablo de que no eres mala persona por haber hecho las cosas mal. Tú tampoco lo eres.

jueves, 20 de enero de 2011

Enero en la playa



¿Todavía tienes frío? Bueno, cierra los ojos un minuto que te llevo a un lugar.

Imagina una calita, yo te sirvo una clara. Es verano y luce el sol, es la costa catalana. Estamos tranquilos, como anestesiados. Después del gazpacho nos quedamos dormidos mirando el Tour de Francia en la típica etapa donde Lance gana imponiéndose al sprint con un segundo de ventaja en el último suspiro colgándose a sus hombros el maillot amarillo. De nuevo al chiringuito, un bañito, un helado de pistacho, partida al futbolín, lanzamos unos frisbis, jugamos a las cartas y acabamos cenando sardinas y ensalada. Bebemos, dorados. Hablamos, callados. La luna, la sal, tus labios mojados. Me entra la sed y pido una copa y España se queda en cuartos en la Eurocopa.

Pero nos da igual, hoy ganaremos el Mundial. Subimos a casa, hacemos el amor y sudamos tanto que nos deshidratamos. El tiempo se para, el aire no corre. Mosquitos volando y grillos cantando y tú a mi lado muriendo de sueño. Cansada, contenta, me pides un cuento y yo te lo cuento, más bien me lo invento. Te explico que un niño cruzó el universo montado en un burro con alas de plata buscando una estrella llamada Renata que bailaba salsa con un asteroide llamado Julián Rodríguez de Malta. Malvado, engreído, traidor y forajido. Conocido bandido en la vía láctea por vender estrellas independientes a multinacionales semiespaciales. Y te duermes…

Vivan las noches. El sol, la sal en tus labios.

Al principio, como siempre, dormimos abrazados y cuando ya suspiras me retiro a mi espacio. Me gusta dormir solo a tu lado de la cama, de esta cama ahora repleta de mantas en esta mañana fría, fría, fría, congelada, congelada.

viernes, 14 de enero de 2011

Me gusta/ No me gusta III

Me gustan las mañanas de sol, las almohadas bajas y tu presencia en mi colchón.
Me encantan las nubes de gominola, las películas ñoñas cuando estoy triste y las tristes cuando estoy ñoña.
No me gusta que entren sin llamar (o que llamen y entren sin esperar respuesta), que telefoneen a las ocho de la mañana ni que me hagan cosquillas en los pies.

Me gusta ver aviones despegar, viajar en tren, ver la cara de sorpresa que pones cuando te regalo algo y encontrarte en la estación.
No me gusta la distancia, y menos cuando estamos cerca. Tampoco que no me miren a los ojos cuando me hablan.

Siempre me ha gustado la manera de escribir de Elvira Lindo, las pelis de Clint Eastwood y las canciones “del Sabina”.
Odio que la gente rechine los dientes, que se muerdan las uñas y que un hombre no me deje pasar primero cuando entramos en un bar.

Sin embargo, adoro que me besen la mejilla, que me agarren de la mano y me miren en silencio. De la misma forma, me gusta hacerlo a mí.
Encuentro motivador sacar sangre a la primera de una vena complicada, me encantan las bicicletas de paseo y las juke-box. También las bibliotecas, los perros guía y los ciegos que ven más que nosotros.
No termina de gustarme cambiar de trabajo cada semana, las máquinas expendedoras que poco expenden y que llueva los domingos.

Prefiero que me mientan a que no me digan la verdad, los ríos a las piscinas y tus besos a los suyos.

miércoles, 12 de enero de 2011

La vida secreta de las palabras

—Puede que no sea hoy, ni mañana, pero tengo miedo de que un día empiece a llorar y no pueda parar y se inunde la habitación y nos ahoguemos los dos.

—Aprenderé a nadar, Hanna.

martes, 11 de enero de 2011

También se llora por dentro

Hoy he salido a correr. Y, como queriendo abarcarlo todo, o como queriendo dejarlo todo, con ganas de gritar, como si no fuera a poder volver a hacerlo, he tenido muy claro que ni tú lees ya estas letras ni yo miro ya tus ojos.
He salido a correr, también, para olvidar las palabras y, un poco, para guardarlas en algún lugar que sólo yo conozca. No me he cansado porque ni siquiera pensaba en que estaba corriendo, en que mi ropa se empapaba y mi respiración se aceleraba.
He pensado en lo lejos que estás incluso cuando estás aquí, y también en lo lejos que me gustaría estar a mi, en tus manos en mi pelo y en tu pelo entre mis dedos, en cristales empañados, en relojes olvidados, en brindis y en miradas. Y, aún así, por un momento, he sonreído.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Apostarías a impar?

Piensas que no, que no te está pasando a ti, que tu vida sigue en orden, que sigues tranquila en tu estúpida rutina. Pero un día terminas reconociendo, entre sollozos, que no es así, que el espantoso caos ha vuelto.
Y ni siquiera sientes tristeza, ni enfado, sólo cierto cansancio y un poco de decepción. Creer en alguien es un arma de doble filo y yo me he cortado con el más afilado de los dos. Sangro otra vez, pero ya no duele. Tan sólo ocasiono ese pequeño estropicio de teñir el suelo de rojo.
Y bebo, creyendo que así las horas pasarán más deprisa y de manera menos dolorosa. Y ocurre, pero despertar sabiendo que se está mejor soñando no es sencillo.
La gente te dice que el tiempo todo lo ordena, que solamente tengo que aprender a no volver a cometer el mismo error, sin embargo, es difícil evitarlo cuando piensas que lo que estás comentiendo no es precisamente un error.

miércoles, 5 de enero de 2011

Estoy enamorada, ¿eso tiene arreglo?

Despierta, corre, que han venido los Reyes y han traído lo que pedimos.
Abre el regalo, sonríe y mírame. Ahora ya sabes lo que es, justo lo que querías. Ya no hay miedo.
Métete en la cama y deshazla como si tuviera que volver a hacerla tu peor enemigo. Bésame. Agarra mi mano y siente el calor.
Salgamos a la calle, echemos a correr, cojamos una gran bocanada de aire, no sea que se acabe, y gritemos con todas las fuerzas. Si llueve que llueva, total, ¿a quién le puede importar que nos mojemos? Que me seque tu piel, que me vistan tus brazos.
Estrenemos portales, quememos hoteles, déjame volverte a querer y quiereme como nunca.
Ponte esas gafas y clávame los ojos. No te asustes si sangro, me sobra alegría.
Cómprate ese helado, mánchame con él.
Apriétame el corazón si ves que intenta descansar. Descansa a mi lado y volvamos a empezar. Porque, al fin y al cabo, ¿quién no ha sentido esto alguna vez?