Miro la vela que acabo de encender y observo su llama, cálida y temblorosa, tímida pero firme.
La manía de deshacer la cera, de dejarse bañar por ella, de entregarse a otra materia es lo que me lleva a pensar que, quizás, las relaciones sociales estén basadas en eso, en dejar quelos demás envuelvan una parte de nosotros que puede que no conozcamos. ¿Y si es esa la manera de conocer los entresijos mentales que tejen nuestras actitudes y que solos no llegamos ni tan siquiera a intuir?
Dejarse envolver, sentir el calor, quemarse, dejarse hacer. Nunca ha sido sencillo para mi. Tengo algunos miedos conocidos y muchos que aún no conozco. Algunas personas me han abrazado para dejarme caer y descubrir gran parte de la inocencia que aún guardaba. Otras han encerrado en cada abrazo toneladas de cariño y me han enseñado que las mismas heridas que algunos provocan otros pueden convertirlas en flores.
Me pregunto en qué clase de fuego estuve sumida mientras me quemaban hasta llegar al hueso. Me encantaría saber en qué clase de mundo dormitaban mis pensamientos mientras toda aquella gente decidía en qué hoguera tenía que arder. Ingenuamente, debí pensar que tan sólo querían darme un poco de calor cuando llegara el invierno.
Estaba equivocada. Me deshice, al principio lentamente, después no hubo forma de parar aquello. Cada parte de mi se expandió dentro de aquel pequeño recipiente que me había contenido tanto tiempo, y aumenté, ávida de libertad. Cuando el vaso rebosó, empecé a escurrirme por las paredes exteriores. Llegó el punto en que no había nada más que derramar de aquel frágil envase. Pensé que en algún momento tendría que parar, echar el freno entre tanto chorretón. Contra el suelo, siempre contra el suelo, claro. Y sí, cuando toqué tierra pude sentir que el suelo estaba frío y todo dejaba de ser tan caótico, y volvía a hacerme fuerte en aquel parquet.
Solida y resistente, aún tuve esperanza de poder volver al vaso y hacer como si nada hubiera pasado. Y sí, es cierto que, en algún momento, alguién más compartió aquella esperanza conmigo y me despegó del suelo para devolverme al envase con la esperanza de poder recomponer los fragmentos al encender una nueva mecha.
Pero hay cosas que no pueden arreglarse. La cera se deshace y, si bien es cierto que, si dejamos de darle calor, vuelve a su estado sólido, también es verdad que nunca volverá a recuperar su forma inicial de manera espontánea.
De manera espontánea no, pero tal vez sí con ayuda del calor y las manos adecuadas... pero eso significa seguir arriesgándose, seguir golpeándose.
ResponderEliminar"Y sí, cuando toqué tierra pude sentir que el suelo estaba frío y todo dejaba de ser tan caótico, y volvía a hacerme fuerte en aquel parquet"
Para mí, la frase que hace que la metáfora sea perfecta, mucho más perfecta que todas las veces que pudiera haber oído algo parecido.
Genial, como siempre.
Aunque encontrar el punto medio entre desconfianza e ingenuidad es muy difícil, no sé si imposible. Yo lo sigo intentando. Al final, quizá solo quede cera...