lunes, 28 de marzo de 2011

Días buenos y días cojonudos.

Perdón si el título resulta algo vulgar, pero es que ya me ha quedado bastante claro que cada vez que encuentro la herradura de plata, que siempre pierdo y que siempre vuelve a mi, pasa algo fuera de lo común. Algo mejor que bueno, algo cojonudo.
Si a eso le sumamos un concierto del hiperglucémico Quique González y un regreso a mi ciudad natal más tierna que el día de la madre, obtenemos una noche única.

Y es que no todos los días te preguntan en qué película te gustaría estar viviendo, ni te quedas con las ganas de responder que te gustaría vivir en una en la que él estuviera interpretanto el papel co-protagonista de la tuya.
No todos los días decides cambiar los cigarros por los besos, ni les haces el vacío a las rebeldes agujas de un reloj empeñado en adelantarse. Ni te manchas de barro, ni buscas ese árbol que nunca encontrarás, ni te quedas con las ganas de gritar sin importarte demasiado, siempre y cuando el miedo siga en ese cajón cerrado con llave. Cógela y tírala al mar. A poder ser, por el barranco gallego del que hablamos. Y vivamos, cada noche, esa noche. Reinventémosla, mejorémosla, recordémosla.

Cojamos ese tren sin destino ni estación. Contemos y descontemos. Avisemos cuando haya que matar ciertos monstruos, que yo me escondo y te observo. Y rodemos.
Pero, sobre todo, comprendamos que no todos los días sonríen a mi mirada, ni miran a tu sonrisa.

Cada vez que te recuerdo viene a mi una imagen, éramos tú y yo de safari en el parque.

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