Te llevaste las caricias, las miradas, las sonrisas. Sin darte cuenta, te llevaste el brillo también. Me dejaste sin luz, pero ¿para qué íbamos a brillar dos pudiendo brillar sólo tú? Venías, me arrojabas alguna de las migajas que te sobraban de algún otro amor y te marchabas sin escuchar cómo se me partía el corazón. Fue así, resquebrajándose, como, paradojas de la vida, se tornó más duro.
Con aquellas migajas pasaba la semana. Al principio me las comía, pero resultaba muy macabro esperar a que te dignaras a volver y dejar más. Así que, un buen día, compré una cajita de cartón y empecé a meterlas dentro. En parte, para no verlas y olvidar, y, en parte, para comérmelas de golpe en un momento bajo. Siempre la llevaba conmigo, por si volvías y se presentaba la ocasión de meter más o por si llegaba el ansioso momento de terminar con todas. Me sentía tan pequeña, que hasta la ropa se había hecho más grande que yo, sin darme cuenta de que lo que estaba ocurriendo es que estaba perdiendo peso. Así, me hice un poco menos visible, dejé de ser imprescindible en cualquier lugar, y empecé a caminar como un espectro más sin saber que, al igual que estaba dejando de importarle al resto del mundo, el poco interés que pudieras tener puesto en mí también se estaba evaporando para formar una enorme nubre negra que me acompañaría allá donde fuera.
Una tarde de finales de abril, me encontraba caminando sin rumbo con mi cajita debajo del brazo y la nube sobre mis sesos, con el ánimo en el suelo y los ojos recorriendo las baldosas. Puede que, en algún momento, ese desánimo tomara un estado gaseoso, pues la nube que tenía sobre mí se volvió tormenta. Empezó a tronar y a llover. Eché a correr creyendo que así podría dejarla atrás, pero fue una estupidez, pues me siguió a la misma velocidad. Mi torpeza, y supongo que también la cruda realidad, terminaron por dejarme caer de bruces contra el suelo, precipitándose la caja también, abriéndose y esparciéndose las migajas por la acera. No pude hacer nada, se empaparon y resbalaron calle abajo hasta caer por una insaciable alcantarilla.
¿Eso era todo?, ¿así terminaba la historia? Al rato acepté la idea de que quizás la mayoría de ellas terminan así, de la manera más tonta. Yo me había quedado allí sentada, mojándome, derramando las lágrimas en los charcos de desencanto que se habían ido formando. Cuando la nube no tuvo nada más que arrojar sobre mí, se disipó.
Curiosamente, el sol no me secó. ¿Qué importaba? Si todo lo que pudiera querer te lo habías llevado tú. Sin brillo, ni caricias, ni miradas, ni sonrisas y, entonces también, sin las migajas de todo aquello, no se podía vivir.
En algún momento, alguien que paseaba por allí, pudo verme. Me alivió saber que aún existía alguien capaz de advertir la presencia en un espectro más. Se agachó para preguntar si me encontraba bien, y sólo pude responder que un poco empapada. Me miró, sonrió y me tendió la mano para ayudarme a levantar. Supuse que el simple hecho de que se hubiera fijado en alguien casi invisible le convertía en alguien especial, quizás alguien que pudiera brillar con luz propia. Así que agarré su mano, me puse de pie y, a partir de entonces, mayo comenzó.
Sucede así en ocasiones, tal como lo describes. Sucede porque en el amor no existe el exacto y utópico equilibrio capaz de conseguir que dos seres se amen con similar intensidad. El amor al fin y al cabo consiste en un constante acto de generosidad para con el otro, sí, tal vez en parte por el puro egoismo que implica ver feliz al otro. El problema de fondo estriba en que a la larga nunca es suficiente la generosidad de uno para con el otro si no existe un principio de reciprocidad en el empeño, aún a un nivel muy inferior al que uno entrega en cada acto. Es simple; si no das, no amas. Y entonces sufres.
ResponderEliminarPero como casi todo en esta vida cuando algo duele, las estaciones, cómplices del sol, y de la lluvia, y del viento, se encargan de minimizar los daños pintando de los colores más diversos los días más sombríos hasta hacernos comprender que más allá del dolor siempre existe un mes de mayo...
Muy muy triste.. me asombra todo lo que escribes últimamente, en cantidad y en calidad. Pero sí, ha empezado mayo
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