Un niño se columpia a media noche en el parque. Los demás se han ido a casa, probablemente ya estén descansando. Y, en la calma que han dejado, él se ha convertido en el rey del lugar. Se columpia, al principio con poca fuerza, quizás temeroso de que otro niño pueda volver y reclamarle el sitio. Luego, con ganas, ya se lo cree, es todo suyo. Estira y recoge las piernas con fuerza, como si estuviera intentando dar la vuelta a la barra superior de la que penden sus cadenas.
Yo fumo en la escalera. No encuentro nada mejor que hacer un viernes de finales de abril. La noche está revuelta, caen algunas gotas, pero a ninguno de los dos parece importarnos. He bajado tratando de encontrar algo de aire limpio entre tanta polución y termino contaminándome con alquitranes y humos innecesarios. La estupidez humana nunca tuvo límites.
Él ni tan siquiera se percata de mi presencia, pero le miro y, en cierta manera, siento nostalgia. Ese niño se siente bien mientras se columpia o, por lo menos, eso parece. Claro, que a veces olvido que no todo lo que percibimos es real. Pero ese niño transmite la más pura sensación de libertad disfrutada en un parque que parece haberse creado esa misma noche, sólo para él.
Y yo, también soy libre, quién puede negarlo. Pero estoy sola. Sola en esa noche en la que me hubiera gustado no estarlo. Sola, esperando nada. Sola. Y me da por pensar en todas las cosas que no tienen retorno y en las pesadillas que emborronan mis noches. En el humo que no vuelve al cigarro, en la sangre derramada que jamás volverá a la vena, en nosotros, que no podremos volver a coger las bicicletas para bañarnos juntos en el río, donde las tardes se convertían en aventuras que nadie podría llegar a imaginar. Pienso en ti, en todo lo que te vas a perder, y me ahoga la pena.
Y, entonces, entiendo por qué quiero volver a ser niña. Siguiendo mi grado de estupidez, por un momento he creído que, si volvese atrás, quizás, podría cambiarlo todo. He creído que, si volvía a verte tan fuerte como siempre, tan heroico, tan capaz, no escogerías ese camino, ni subirías a ese coche, ni sonaría el teléfono con inquietud en una terrible y fría mañana para tener que escuchar lo que nunca hubiera querido escuchar, ni tendría que haber sentido ese mazazo en el pecho, ni desearía volver quince años atrás, ni escribiría estas inservibles palabras.
Pero hay cosas que no tienen retorno, un segundo puede cambiarlo todo, y eso me asusta. Una palabra, un mal gesto, una decisión a destiempo, quién sabe, se llevó tu vida y cambió la nuestra. Y no hay día que no piense en ti.
El niño deja de columpiarse, mira el reloj, busca con los ojos la que supongo que es la ventana del salón de su casa y ve a una mujer avisándole para que suba.
Cada vez llueve más y mi cigarro hace un rato que se ha consumido. No sé el tiempo que he pasado viajando a través de imposibles.
Saco las llaves del bolso y vuelvo a casa. Por hoy, ya he pensado demasiado.
Quiso competir con el viento, y le ganó la partida, nunca nadie podria ser más veloz que él...Ese pasado me desgarra poco a poco, cuando intento echar la vista atrás.
ResponderEliminarTu noche revuelta, tu cigarro encendido... y mis sentimientos a flor de piel, o algo así. Me ha encantado leerte. Ufff...
ResponderEliminarTe dejo un saludo y una felicitación.
Mario