Me gusta sentarme en la hierba, deshojar margaritas y soplar dientes de león mientras pido un deseo.
No me gustan los perros grandes sin correa, las ventanas sin persianas ni los árboles en llamas.
Me gusta encontrarte por sorpresa, que me abraces sin permiso y me hables en futuro. Pero odio tragarme las palabras, hablarte con silencios y drogar los sentimientos.
Me gustan las uñas pintadas, el olor de las sábanas recién lavadas, y viajar junto a la ventanilla del tren.
Detesto los portazos, que se enreden los cables de los auriculares (ellos solos), y que entren avispas a la habitación.
Me encanta hablar con alguien sin tener que mirar el reloj, meter los pies en la orilla del mar y dejar que se hundan en la arena, y revisar las fotos que he hecho cualquier noche antes de irme a dormir. Detesto que me duela el dedo que se me salió por tocar la guitarra, los semáforos en rojo y el ascensor en el noveno.
Me gusta imaginar objetos al mirar las nubes, el olor a mar al abrir la ventana y las escaleras que nos vieron suspirar.
Me dan bastante asco las madres que ponen el carrito en el que llevan a sus hijos en la carretera para que los coches paren mientras ellas se quedan en la acera, "los reality show" y que se me olvide lo que iba a decir.
A mí lo de sentir la hierba "por debajo" me rechifla.
ResponderEliminarMe parto con lo del perro, aquella experiencia te marcó... jajaj
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