He decidido que es el momento de corregir mi ceguera, voy a ir al oculista.
No penséis que esto de ver mal es algo nuevo. Puedo reconocer una línea en una pizarra, pero no soy capaz de distinguir las palabras que le dan significado a la oración. Y sin significado, nada tiene mucho sentido.
Puede que siempre haya visto mal y no me haya dado cuenta hasta ahora. Eso explicaría todas esas cosas que nunca he sido capaz de explicarte, no porque no haya querido hacerlo, sino porque aún no he encontrado la manera.
El problema no sólo es ver mal de lejos porque, para qué vamos a engañarnos, de lejos todos vemos más pequeño lo que es grande. Si se encuentra situado a más de treinta metros de nosotros, es posible que no lleguemos a distinguirlo del resto de la imagen.
El problema viene cuando no reconocemos lo que está cerca. Todo eso que está ahí, a un sólo metro, y que muchas veces vemos, pero no llegamos a mirar. Y no es que no queramos verlo, es sólo que estamos tan acostumbrados a que esté ahí que, los despistados, como yo, terminamos por olvidar lo que es importante y lo que no.
Por eso creo que es el mejor momento para graduar mi vista, porque mis ojos han dejado perfilar las cosas importantes, porque estás cerca pero no puedo verte, ni mucho menos, mirarte. Y tengo tanto miedo de que un día no sea capaz, ni tan siquiera, de sentirte, que necesito que alguien me ponga unos cristales ante los ojos. Tal vez para esconderme detrás de ellos y pasar un poco más desapercibida, o tal vez para volver a disfrutar de todos esos detalles que antes veía y he dejado de apreciar. Esos que te diferencian del resto de los mortales, los que te han convertido en el motivo por el que seguir adelante.
Claro que, así como voy a poder volver a disfrutar más de lo que ahora veo menos, también es cierto que voy a tener que lidiar con el hecho de tener que contemplar lo grotesco. Ya sé que siempre podré girar la cara, pero es algo que siempre estará ahí, rodeando nuestro mundo, ese que hemos ido creando con tiempo y paciencia, el mismo en el que me has hecho sentir alguien y del que sólo podré salir cuando salgas tú.
Por ahora, seguiré esperando a que el médico me diga: "no hay más ciego que el que no quiere ver".
miércoles, 29 de junio de 2011
lunes, 20 de junio de 2011
Dos tickets
http://www.youtube.com/watch?v=iYI0blJPP_g
Sálvame, de los bombardeos,
de sucesos en lata
y domingos cerrados.
Sálvame, en los escenarios
de camioneros salvajes
y señales de tráfico.
¿ Te vale con mi corazón
en medio de la calle?
O en un rincón de tu bolsa de viaje...
Guardo dos tickets porque tú y yo,
aún es posible sin causar dolor a nadie.
Como tú me dices, aunque se olviden.
Sálvame, saltaré el primero,
soy un mar de curvas
y paisajes eléctricos
que acuden a tu corazón
el viernes por la tarde,
un callejón para gatos al aire.
Guardo dos tickets porque tú y yo,
aún es posible sin causar dolor a nadie.
Como tú me dices, aunque se olviden...Aunque me olvide.
-Quique González-
Sálvame, de los bombardeos,
de sucesos en lata
y domingos cerrados.
Sálvame, en los escenarios
de camioneros salvajes
y señales de tráfico.
¿ Te vale con mi corazón
en medio de la calle?
O en un rincón de tu bolsa de viaje...
Guardo dos tickets porque tú y yo,
aún es posible sin causar dolor a nadie.
Como tú me dices, aunque se olviden.
Sálvame, saltaré el primero,
soy un mar de curvas
y paisajes eléctricos
que acuden a tu corazón
el viernes por la tarde,
un callejón para gatos al aire.
Guardo dos tickets porque tú y yo,
aún es posible sin causar dolor a nadie.
Como tú me dices, aunque se olviden...Aunque me olvide.
-Quique González-
jueves, 16 de junio de 2011
Crash!
No había roto un plato hasta que me cargué la vajilla entera, pero tampoco había puesto nombre a un sentimiento hasta que te conocí. Las cosas que no tienen retorno suelen ser las que más asustan, pero también las que más gustan. Por eso es tan emocionante eso de no saber qué plato será el primero que romperás, porque, una vez hayas roto cuatro o cinco y todos los pedazos estén esparcidos por el suelo, no va a haber manera de volver a reformar ni uno sólo de ellos. Es un riesgo pero, bajo mi punto de vista, en ocasiones es un alivio saber que hay cosas que no van a poder volver a ser lo que fueron.
También es verdad que, cuando era niña y me tiraba por un tobogán de cabeza, no pensaba que pudiera dejar los dientes contra el suelo (afortunadamente, no llegó a ocurrir). Sin embargo, ahora no lo haría ni con cinco copas de más. La autoprotección es buena hasta cierto punto. Porque mi problema es que ya no sé deshacerme del escudo que, aún no se cuándo, empecé a llevar conmigo.
Y eso no rompe nada, pero lo jode todo.
También es verdad que, cuando era niña y me tiraba por un tobogán de cabeza, no pensaba que pudiera dejar los dientes contra el suelo (afortunadamente, no llegó a ocurrir). Sin embargo, ahora no lo haría ni con cinco copas de más. La autoprotección es buena hasta cierto punto. Porque mi problema es que ya no sé deshacerme del escudo que, aún no se cuándo, empecé a llevar conmigo.
Y eso no rompe nada, pero lo jode todo.
miércoles, 15 de junio de 2011
Eclipse de luna
Ante la ridiculez, el silencio es la mejor opción. Aunque, si te digo la verdad, ha llegado el punto en el que me callo por puro cansancio. De verdad, no le veo sentido a discutir algo que ya se ha hablado. Está claro que, en la vida, hay momentos en los que debemos elegir entre dos caminos.
Si he escogido uno, no me preguntes por qué no he escogido el otro. No me vengas ahora con que aquel era mucho mejor porque, sinceramente, me da igual. No vayas a creer que todos somos como tú, de los que empiezan a caminar por uno y luego quieren atravesar, como sea, hacia el otro. Intento ser responsable de mis decisiones, aunque casi siempre termino decepcionando a la gente que más me importa. Por eso, he decidido dejar de correr hacia ninguna parte, que me fatigo y con este calor no puede ser bueno.
Ya lo dijo Machado: al andar se hace camino/y al volver la vista atrás/se ve la senda que nunca/se ha de pisar.
Así que, yendo despacito, he descubierto que el paisaje es mucho más interesante que el destino. No dejo nada a medio hacer y me da tiempo a darme cuenta de qué personas son las que están dispuestas a caminar a mi lado sin dejarme tirada cuando más queme el sol. En realidad, creo que hay muy pocas personas con las que podamos contar. A mi me sorprende la gente que dice que los dedos de una mano no le llegan para contar todos los amigos que tiene. Yo cuento, como mucho, tres personas que no me han fallado nunca, y ya me parecen demasiadas. No sé tú, pero yo encuentro más estimulante descubrir un diamante en bruto a la orilla del camino que dedicarme a meter piedras en los bolsillos de mi chaqueta a cada paso. Un diamante lo guardas para siempre. De las piedras, al final, tienes que deshacerte, porque lo único que consiguen es que la ruta sea más pesada.
Cuando me entra miedo, paro un rato, me tumbo en la hierba y respiro hondo. Siempre hay quien te acompaña mientras dura la oscuridad, te cuenta una historia alegre cuando estás triste y triste cuando estás alegre, para poderte reír en cualquier situación.
Algunos ya eligieron el camino del patetismo, yo escojo el de vivir la vida sintiéndome bien, ¿y tú?
Si he escogido uno, no me preguntes por qué no he escogido el otro. No me vengas ahora con que aquel era mucho mejor porque, sinceramente, me da igual. No vayas a creer que todos somos como tú, de los que empiezan a caminar por uno y luego quieren atravesar, como sea, hacia el otro. Intento ser responsable de mis decisiones, aunque casi siempre termino decepcionando a la gente que más me importa. Por eso, he decidido dejar de correr hacia ninguna parte, que me fatigo y con este calor no puede ser bueno.
Ya lo dijo Machado: al andar se hace camino/y al volver la vista atrás/se ve la senda que nunca/se ha de pisar.
Así que, yendo despacito, he descubierto que el paisaje es mucho más interesante que el destino. No dejo nada a medio hacer y me da tiempo a darme cuenta de qué personas son las que están dispuestas a caminar a mi lado sin dejarme tirada cuando más queme el sol. En realidad, creo que hay muy pocas personas con las que podamos contar. A mi me sorprende la gente que dice que los dedos de una mano no le llegan para contar todos los amigos que tiene. Yo cuento, como mucho, tres personas que no me han fallado nunca, y ya me parecen demasiadas. No sé tú, pero yo encuentro más estimulante descubrir un diamante en bruto a la orilla del camino que dedicarme a meter piedras en los bolsillos de mi chaqueta a cada paso. Un diamante lo guardas para siempre. De las piedras, al final, tienes que deshacerte, porque lo único que consiguen es que la ruta sea más pesada.
Cuando me entra miedo, paro un rato, me tumbo en la hierba y respiro hondo. Siempre hay quien te acompaña mientras dura la oscuridad, te cuenta una historia alegre cuando estás triste y triste cuando estás alegre, para poderte reír en cualquier situación.
Algunos ya eligieron el camino del patetismo, yo escojo el de vivir la vida sintiéndome bien, ¿y tú?
martes, 14 de junio de 2011
Don't panic
Cuando algo se ha perdido, debemos estar dispuestos a sufrir ciertos daños mientras volvemos a encontrarlo. Pero recuperar la ilusión no es tan difícil. Tan sólo hay que abrir bien los ojos, tener medio claro lo que se quiere y no quedarse anclado en lo que se ha dejado atrás sino en lo que se tiene, que suele ser mucho más de lo que se cree, y en lo que está por llegar, que va a ser mejor de lo que imaginamos.
A veces es necesario escalar una montaña para verlo todo desde otra perspectiva. Cuando estás en la cima, te das cuenta de que, de la misma manera en que la ciudad se ha hecho pequeña a lo lejos, los problemas se están encogiendo. La sensación de libertad es brutal y poder gritar sin miedo a que alguien te mire mientras se pregunta si padeces de algún problema mental es algo incomparable.
Hemos pasado de tocar canciones de Antonio Vega a "himnos" de Los Beatles, y eso deja bastante claro que, por fin, el verano está llegando, llueve menos y sonreímos más.
Los vecinos vienen a protestar, ¡que llamen a la poli, que se unan al festín!
La causa del insomnio ha sufrido una clara transformación, el sueño pesa menos y la vigilia gusta más.
Tampoco penséis que me ha sucedido algo estratosférico. A veces, con que una margarita diga "sí", el sol te caliente la piel o alguien te sonría, es suficiente. Más que suficiente.
Salgamos a disfrutar de la ciudad sin estrellas, dibujemos unas cuentas y dejemos que cuelguen de un cielo sin estrenar, que brillen con nosotros. Ya verás que bien les sienta un poco de luz a los que siguen en el invierno.
A veces es necesario escalar una montaña para verlo todo desde otra perspectiva. Cuando estás en la cima, te das cuenta de que, de la misma manera en que la ciudad se ha hecho pequeña a lo lejos, los problemas se están encogiendo. La sensación de libertad es brutal y poder gritar sin miedo a que alguien te mire mientras se pregunta si padeces de algún problema mental es algo incomparable.
Hemos pasado de tocar canciones de Antonio Vega a "himnos" de Los Beatles, y eso deja bastante claro que, por fin, el verano está llegando, llueve menos y sonreímos más.
Los vecinos vienen a protestar, ¡que llamen a la poli, que se unan al festín!
La causa del insomnio ha sufrido una clara transformación, el sueño pesa menos y la vigilia gusta más.
Tampoco penséis que me ha sucedido algo estratosférico. A veces, con que una margarita diga "sí", el sol te caliente la piel o alguien te sonría, es suficiente. Más que suficiente.
Salgamos a disfrutar de la ciudad sin estrellas, dibujemos unas cuentas y dejemos que cuelguen de un cielo sin estrenar, que brillen con nosotros. Ya verás que bien les sienta un poco de luz a los que siguen en el invierno.
lunes, 13 de junio de 2011
Datos inservibles
Me olvidó rápido y no me sorprende. No puedes retener demasiado tiempo en tu memoria algo que estorba más que agrada. Me olvidó como el que olvida un paraguas en el cine, con descuido y sin importarle en absoluto. Nunca damos demasiado valor a lo sustituible, tal vez porque no lo tiene, pero está claro que yo lo era. Sustituible y, a su vez, sustituta.
Sustituía a alguien de quien nunca supe mucho y contra quien no quise competir. En parte, porque hay batallas que nunca podrán ganarse, sobre todo si el amor es el mediador; y, en parte, porque el final se conocía desde el principio. Fue mi decisión precipitarme del nudo al desenlace habiendo tenido la opción de quedarme en la introducción.
Me olvidó y no me duele. Si miro atrás, aún puedo verme en aquella calle, cargada de ingenuidad, con unos ojos que aún no habían conocido el desengaño, al borde del llanto, o de la muerte en vida, quién sabe, mirando a los suyos porque, para mi, no existía un sitio más agradable donde pasar el tiempo.
Hoy no recuerdo la mayoría de las cosas que él, cuando me habla con un café entre las manos, con esa misma confianza que siempre ha tenido en la adoración que hace años yo le profesaba, aún me cuenta de aquellos tiempos en los que habría hecho cualquier cosa porque se quedara conmigo, como tratando de adivinar si aún queda algún resto de aquella historia en mi. Pero, entonces, se da cuenta de que esos momentos de los que me habla se han perdido en algún lugar de mi memoria, e intenta recuperar todos los sentimientos que una vez tuve que guardar en una caja de seguridad para no perderlos, para que nadie pudiera volver a jugar con ellos, para volver a sacarlos cuando alguien los mereciera o cuando yo estuviera preparada para dejarlos expuestos al amor y volver a sentirme vulnerable sin miedo.
Pero ya no son suyos, no los consigue, y se enfada. Y, entonces, sonrío y le doy gracias al tiempo, que tan en nuestro lugar nos coloca a todos. Y trato de abrir la caja, es el momento de recuperar todo aquello que llevo tiempo sin sentir, pero no encuentro la llave.
Sustituía a alguien de quien nunca supe mucho y contra quien no quise competir. En parte, porque hay batallas que nunca podrán ganarse, sobre todo si el amor es el mediador; y, en parte, porque el final se conocía desde el principio. Fue mi decisión precipitarme del nudo al desenlace habiendo tenido la opción de quedarme en la introducción.
Me olvidó y no me duele. Si miro atrás, aún puedo verme en aquella calle, cargada de ingenuidad, con unos ojos que aún no habían conocido el desengaño, al borde del llanto, o de la muerte en vida, quién sabe, mirando a los suyos porque, para mi, no existía un sitio más agradable donde pasar el tiempo.
Hoy no recuerdo la mayoría de las cosas que él, cuando me habla con un café entre las manos, con esa misma confianza que siempre ha tenido en la adoración que hace años yo le profesaba, aún me cuenta de aquellos tiempos en los que habría hecho cualquier cosa porque se quedara conmigo, como tratando de adivinar si aún queda algún resto de aquella historia en mi. Pero, entonces, se da cuenta de que esos momentos de los que me habla se han perdido en algún lugar de mi memoria, e intenta recuperar todos los sentimientos que una vez tuve que guardar en una caja de seguridad para no perderlos, para que nadie pudiera volver a jugar con ellos, para volver a sacarlos cuando alguien los mereciera o cuando yo estuviera preparada para dejarlos expuestos al amor y volver a sentirme vulnerable sin miedo.
Pero ya no son suyos, no los consigue, y se enfada. Y, entonces, sonrío y le doy gracias al tiempo, que tan en nuestro lugar nos coloca a todos. Y trato de abrir la caja, es el momento de recuperar todo aquello que llevo tiempo sin sentir, pero no encuentro la llave.
viernes, 10 de junio de 2011
Confesiones
Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.
-Luis García Montero-
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.
-Luis García Montero-
jueves, 9 de junio de 2011
Momentos
Pensar en alto no suele ser la mejor opción. Puede resultar tranquilizador cuando estás en casa, ordenando papeles, regando las plantas, o sintonizando los canales de la tele. Te acompañas a ti mismo, te animas, te cabreas, insultas a los electrodomésticos...Son cosas que, quieras que no, desestresan. Pero hay lugares y momentos en los que la gente debería controlarse. Por suerte o por desgracia, les hay que no disponen de ese registro mental previo a decir lo primero que se les pasa por la cabeza. Y digo "por suerte o por desgracia" porque, ¿qué sería de nosotros sin esos momentos en los que alguien lanza una bomba comunicativa cuando no debería? Ese silencio, espeso, que se forma hasta que explota dicha bomba, unas veces en forma de carcajadas, otras en forma de bronca, siempre es incómodo. El problema viene cuando la bomba no explota y el silencio se alarga. Y el que ha soltado lo que le dictaba el subconsciente no deja de pensar "que alguien diga algo, por favor", y no llega a ocurrírsele que, tal vez, lo mejor sería que lo dijera él, porque el resto ya se ha quedado sin palabras.
A todos nos ha pasado. Está el típico caso de la mujer gorda a la que le preguntas de cuántos meses está, el de calentarse en una discusión y decir algo que no viene a cuento, el de declararse a un homosexual...Son cosas de las que te arrepientes. Ya no sólo después de decirlas. Muchas veces, mientras las dices, la intuición enciende una alarma, te dice que la estás cagando, que te calles cuanto antes, que aún estás a tiempo de quedar bien. Pero tú sigues, porque una extraña fuerza, que no se sabe muy bien de dónde sale, te impide frenar la verborrea.
Por fin, cuando sabes que todo está acabado, que has cruzado la línea y vas a pasar uno de los momentos más bochornosos de tu existencia, te metes las manos al bolsillo, desvías la mirada a cualquier otro lugar que no sea el rostro del que tienes en frente y esperas el chaparrón.
Hay que decir que el papel de la otra persona tampoco es fácil. El otro sabe que te has arrepentido de lo que acabas de decir y tiene que explicarte, en el primer caso que no está embarazada, en el tercero que es homosexual, intentando restar un poco de ridículo a tu situación, sintiéndose fatal por no poder restarlo.
Peores son los casos en los que hay una tercera persona presenciando el momento. Como esa persona no tenga pelos en la lengua, aprovechará cualquier momento serio para contárselo a quien sea. A tus amigos, a tu familia, incluso a gente que acabas de conocer. Siempre y cuando estés tú presente porque, si no, perdería la poca gracia que pueda tener.
Momentos incómodos que todos hemos vivido y que rezamos por no volver a vivir. Tendremos que empezar a contar hasta diez antes de hablar. Y, si diez no bastan, hasta que se nos quiten las ganas de vomitar, verbalmente hablando, lo que tantas cosquillas le hace a nuestra curiosidad.
A todos nos ha pasado. Está el típico caso de la mujer gorda a la que le preguntas de cuántos meses está, el de calentarse en una discusión y decir algo que no viene a cuento, el de declararse a un homosexual...Son cosas de las que te arrepientes. Ya no sólo después de decirlas. Muchas veces, mientras las dices, la intuición enciende una alarma, te dice que la estás cagando, que te calles cuanto antes, que aún estás a tiempo de quedar bien. Pero tú sigues, porque una extraña fuerza, que no se sabe muy bien de dónde sale, te impide frenar la verborrea.
Por fin, cuando sabes que todo está acabado, que has cruzado la línea y vas a pasar uno de los momentos más bochornosos de tu existencia, te metes las manos al bolsillo, desvías la mirada a cualquier otro lugar que no sea el rostro del que tienes en frente y esperas el chaparrón.
Hay que decir que el papel de la otra persona tampoco es fácil. El otro sabe que te has arrepentido de lo que acabas de decir y tiene que explicarte, en el primer caso que no está embarazada, en el tercero que es homosexual, intentando restar un poco de ridículo a tu situación, sintiéndose fatal por no poder restarlo.
Peores son los casos en los que hay una tercera persona presenciando el momento. Como esa persona no tenga pelos en la lengua, aprovechará cualquier momento serio para contárselo a quien sea. A tus amigos, a tu familia, incluso a gente que acabas de conocer. Siempre y cuando estés tú presente porque, si no, perdería la poca gracia que pueda tener.
Momentos incómodos que todos hemos vivido y que rezamos por no volver a vivir. Tendremos que empezar a contar hasta diez antes de hablar. Y, si diez no bastan, hasta que se nos quiten las ganas de vomitar, verbalmente hablando, lo que tantas cosquillas le hace a nuestra curiosidad.
miércoles, 8 de junio de 2011
A grandes problemas...
La mayoría de las veces que vuelvo a leer los textos que he escrito, las conversaciones que he tenido, o repaso cosas que he hecho, aunque, en su día, creyese que estaban bien hechas, me siento un poco estúpida. Es una de las razones por las puse tanta privacidad en este blog. Por ejemplo, si la semana que viene releo esta entrada, es muy posible que la borre.
Es como ser el payaso de un circo de barrio, su misión es hacer que la gente se ría. Y le gusta que se rían porque, en definitiva, es la clave para mantener su empleo, pero, en el fondo, tras la función, le queda un poso de resentimiento consigo mismo. Tal vez por no poder ser el equilibrista o el domador de leones, o tal vez porque sabe que la gente no ve en él a ese que es capaz de caminar sobre una cuerda a diez metros del suelo, ni a ese otro que consigue meter la cabeza en la boca del león sin ser decapitado. No, la gente sólo ve la máscara que complementa a su ridícula imagen. Entonces, vuelve a ese cuarto lleno de cajas que tiene por camerino e intenta deshacerse de todo maquillaje. Se frota la cara y lo único que consigue es esparcirlo más. Patea un par de cajas y grita todo su silencio mientras la gente aplaude al contorsionista.
Quizás debería ser menos exigente conmigo misma, empezar a criticarme menos y a quererme más. Hay gente que se ama de sobremanera y nunca llegará a verse como el payaso, siempre se creerán equilibristas o domadores, y me parece estupendo. Ojala yo pudiera conseguir, ya no sentirme equilibrista, sino serlo.
He intentado buscar la solución, y dejar de escribir no es una opción. Puede que sea más fácil dejar de releer, de patear cajas y de gritar silencios. O puede que sea el momento de empezar a hacerlo de verdad.
Es como ser el payaso de un circo de barrio, su misión es hacer que la gente se ría. Y le gusta que se rían porque, en definitiva, es la clave para mantener su empleo, pero, en el fondo, tras la función, le queda un poso de resentimiento consigo mismo. Tal vez por no poder ser el equilibrista o el domador de leones, o tal vez porque sabe que la gente no ve en él a ese que es capaz de caminar sobre una cuerda a diez metros del suelo, ni a ese otro que consigue meter la cabeza en la boca del león sin ser decapitado. No, la gente sólo ve la máscara que complementa a su ridícula imagen. Entonces, vuelve a ese cuarto lleno de cajas que tiene por camerino e intenta deshacerse de todo maquillaje. Se frota la cara y lo único que consigue es esparcirlo más. Patea un par de cajas y grita todo su silencio mientras la gente aplaude al contorsionista.
Quizás debería ser menos exigente conmigo misma, empezar a criticarme menos y a quererme más. Hay gente que se ama de sobremanera y nunca llegará a verse como el payaso, siempre se creerán equilibristas o domadores, y me parece estupendo. Ojala yo pudiera conseguir, ya no sentirme equilibrista, sino serlo.
He intentado buscar la solución, y dejar de escribir no es una opción. Puede que sea más fácil dejar de releer, de patear cajas y de gritar silencios. O puede que sea el momento de empezar a hacerlo de verdad.
martes, 7 de junio de 2011
Lost in translation
http://www.youtube.com/watch?v=jPE9lAoGKtw
- Estoy perdida. ¿Eso tiene arreglo?
- No. Sí. Ya se arreglará.
- ¿De veras? Fíjate en ti.
- Gracias. Cuánto más sabes quien eres y lo que quieres, menos te afectan las cosas.
- Ya. Esque aún no sé lo que quiero ser… ¿Sabes? Quise ser escritora pero odio lo que escribo e intenté hacer fotos pero eran muy mediocres. Todas las chicas pasan por una fase de fotógrafas y por querer un poni, ¿sabes? Y haces fotos tontas de tus pies…
- Ya lo averiguarás. No te preocupes por eso, sigue escribiendo.
- Pero es que soy mala.
- Eso es lo bueno.
- Estoy perdida. ¿Eso tiene arreglo?
- No. Sí. Ya se arreglará.
- ¿De veras? Fíjate en ti.
- Gracias. Cuánto más sabes quien eres y lo que quieres, menos te afectan las cosas.
- Ya. Esque aún no sé lo que quiero ser… ¿Sabes? Quise ser escritora pero odio lo que escribo e intenté hacer fotos pero eran muy mediocres. Todas las chicas pasan por una fase de fotógrafas y por querer un poni, ¿sabes? Y haces fotos tontas de tus pies…
- Ya lo averiguarás. No te preocupes por eso, sigue escribiendo.
- Pero es que soy mala.
- Eso es lo bueno.
lunes, 6 de junio de 2011
Cadenas en el viento
Les hay que no piensan. Despiertan, trabajan, comen, matan un poco el tiempo, vuelven a comer y vuelven a dormir. Son autómatas de su propia existencia. No tienen que pararse a pensar, ni tan siquiera mientras repiten, día a día, todas esas rutinarias operaciones, porque no es complicado rehacer lo hecho, recorrer el camino previamente andado. Es cierto que, a veces, todos necesitamos periodos de tiempo así, sin pensar. Porque, en ocasiones, pensar puede llegar a hacernos mucho daño. Pero, en mi opinión, no es aconsejable alargarlos demasiado, o corremos el riesgo de convertirnos en los responsables de nuestro propio declive; ya que, de la misma manera que el pensar, a veces, trae dolores de cabeza, otras veces, nos conduce a fabulosos paisajes que jamás creímos poder encontrar en nuestro interior.
No creáis que abren la ventana para disfrutar del olor a humedad cuando hay una tormenta, ni que se paran a pensar por qué siguen conviviendo con una persona a la que no aman. No buscan un banco donde sentarse a recordar las cosas que, algún día, les hicieron sentir bien. Tal vez, porque no las haya. No llegan a preguntarse qué pasará cuando cumplan una avanzada edad y no dispongan de los credenciales necesarios para afirmar que su vida ha sido maravillosa. Puede que tampoco echen demasiado de menos las cosas que no han vivido porque, seguramente, la decisión más difícil que tuvieron que tomar fue de qué color se comprarían el coche.
Hablo de pensamientos, pero está bastante claro que, todos ellos, siempre han estado unidos a los sentimientos. Lo que pensamos, generará, más tarde, un sentimiento. Pero no creáis que si buscáis, dentro de este colectivo de gente, encontraréis dónde rascar un ápice de empatía, amor o alegría. Os dirán que son felices, y seguramente no mientan. Es posible que tengan una estupenda piscina climatizada en su chalet de una cara urbanización, un perro al que pasear y un par de diamantes colgando de las orejas. Esa es su felicidad, y puede que esté siendo demasiado crítica con esa forma de quemar los días. Al fin y al cabo, cada uno es feliz a su manera y decide cómo vivir su vida. Pero no consigo entenderlo y, lo que más me asusta, no es pensar que quizás algún día también yo me convierta en un espectro más, porque sé que no sucederá. Lo que me asusta es que la mayoría de la gente vive así, y que las nuevas generaciones, cada vez, vendrán más educadas para producir y consumir. Luego ya, que se mueran si quieren.
Si no consigo comprenderles, ¿cómo van a comprenderme ellos a mi?
No creáis que abren la ventana para disfrutar del olor a humedad cuando hay una tormenta, ni que se paran a pensar por qué siguen conviviendo con una persona a la que no aman. No buscan un banco donde sentarse a recordar las cosas que, algún día, les hicieron sentir bien. Tal vez, porque no las haya. No llegan a preguntarse qué pasará cuando cumplan una avanzada edad y no dispongan de los credenciales necesarios para afirmar que su vida ha sido maravillosa. Puede que tampoco echen demasiado de menos las cosas que no han vivido porque, seguramente, la decisión más difícil que tuvieron que tomar fue de qué color se comprarían el coche.
Hablo de pensamientos, pero está bastante claro que, todos ellos, siempre han estado unidos a los sentimientos. Lo que pensamos, generará, más tarde, un sentimiento. Pero no creáis que si buscáis, dentro de este colectivo de gente, encontraréis dónde rascar un ápice de empatía, amor o alegría. Os dirán que son felices, y seguramente no mientan. Es posible que tengan una estupenda piscina climatizada en su chalet de una cara urbanización, un perro al que pasear y un par de diamantes colgando de las orejas. Esa es su felicidad, y puede que esté siendo demasiado crítica con esa forma de quemar los días. Al fin y al cabo, cada uno es feliz a su manera y decide cómo vivir su vida. Pero no consigo entenderlo y, lo que más me asusta, no es pensar que quizás algún día también yo me convierta en un espectro más, porque sé que no sucederá. Lo que me asusta es que la mayoría de la gente vive así, y que las nuevas generaciones, cada vez, vendrán más educadas para producir y consumir. Luego ya, que se mueran si quieren.
Si no consigo comprenderles, ¿cómo van a comprenderme ellos a mi?
domingo, 5 de junio de 2011
Domingo
http://www.youtube.com/watch?v=q92QVDLnxEg
But I've still got me to be your open door,
I've still got me to be your sandy shore,
I've still got me to cross your bridge in this storm
and I've still got me to keep you warm...
But I've still got me to be your open door,
I've still got me to be your sandy shore,
I've still got me to cross your bridge in this storm
and I've still got me to keep you warm...
sábado, 4 de junio de 2011
Oportunidades
Una vez me dijo que le olvidaría, y juré no hacerlo. Pero hoy no logro recordar casi nada. Apenas recuerdo su manera de coger el cigarrillo, con la mano temblorosa, o las tardes en las que me decía que no tuviera miedo de esas películas en las que los fantasmas ocupaban casas ajenas, que los actores se iban, más tarde, a tomar un café juntos. "Teme a los vivos, no a los muertos", decía dejando resbalar por su nariz las gafas de lectura. Años después, seguía siendo incapaz de cruzar el pasillo de su casa en plena noche. Incluso hoy me costaría hacerlo.
Recuerdo su manera de defenderme cuando me negaba a cenar, de tirar la copa de vino por la mesa en cualquier comida familiar, su mal humor cuando salía alguien en la tele que no le caía bien, o cómo la intención de reñirnos quedaba sólo en eso, en intención, cuando mi prima y yo saltábamos sobre la cama de su habitación.
Pero no recuerdo más. Y son precisamente los recuerdos que no llegaron a crearse los que más me atormentan cuando pienso en él.
No conocí sus miedos, ni llegué a saber qué era aquello que hacía brincar a su corazón de alegría. No sé si sufrió durante aquellos diez macabros años o si los vivió como él siempre hubiera deseado.
No sé dónde está, y dudo que volvamos a encontrarnos. Sólo sé que una mañana desperté y supe que no volvería a tener la oportunidad de conocer todo eso que no llegué a conocer. Hay oportunidades que sólo se presentan una vez, y resulta tan doloroso pensar que no van a volver, que las personas se aferran al más allá como si de un comodín se tratase.
Sí, sería estupendo que existiera una caja mágica donde pudiéramos decir lo que sentimos a toda la gente a la que no se lo dijimos, donde pudiéramos gritar lo mucho que les echamos de menos, teniendo la seguridad de que pueden oírnos.
Pero lo que muchos no llegan a pensar es que esa caja ya existe, se llama vida, y es ahora.
Recuerdo su manera de defenderme cuando me negaba a cenar, de tirar la copa de vino por la mesa en cualquier comida familiar, su mal humor cuando salía alguien en la tele que no le caía bien, o cómo la intención de reñirnos quedaba sólo en eso, en intención, cuando mi prima y yo saltábamos sobre la cama de su habitación.
Pero no recuerdo más. Y son precisamente los recuerdos que no llegaron a crearse los que más me atormentan cuando pienso en él.
No conocí sus miedos, ni llegué a saber qué era aquello que hacía brincar a su corazón de alegría. No sé si sufrió durante aquellos diez macabros años o si los vivió como él siempre hubiera deseado.
No sé dónde está, y dudo que volvamos a encontrarnos. Sólo sé que una mañana desperté y supe que no volvería a tener la oportunidad de conocer todo eso que no llegué a conocer. Hay oportunidades que sólo se presentan una vez, y resulta tan doloroso pensar que no van a volver, que las personas se aferran al más allá como si de un comodín se tratase.
Sí, sería estupendo que existiera una caja mágica donde pudiéramos decir lo que sentimos a toda la gente a la que no se lo dijimos, donde pudiéramos gritar lo mucho que les echamos de menos, teniendo la seguridad de que pueden oírnos.
Pero lo que muchos no llegan a pensar es que esa caja ya existe, se llama vida, y es ahora.
viernes, 3 de junio de 2011
Standby me
Intentar escapar de la rutina cuando no existe es algo bastante paradójico y con tendencia al desconcierto de cualquiera que lea estas patéticas líneas. Pero es lo que intento hacer, cosas diferentes con gente diferente aunque, por desgracia, nada de eso abunde en las calles de Madrid.
Llevo semanas intentando escapar de algo que no es real, de una vulgar rutina, de un nosaberquéhacerconlavida, que hasta al más simple de los mortales asustaría.
El problema es que, por más que recorro los rincones de mi mente buscando el botón de apagado mental, de desconexión terrenal, no lo encuentro. Quizás la cuestión no sea tanto buscar ese interruptor sino, más bien, encontrar aquello que consiga sumergirme en un disciplinado caos. Eso que me arrastre de vuelta al camino que se ha ido difuminando durante estos últimos meses.
Echo la vista atrás y, por un momento, viajo a los tiempos en los que las promesas se hacían juntando las puntas de los dedos índices. Aquellos en los que lo que más miedo me daba era mirar bajo mi cama en plena noche. Los mismos en los que se decidía quién se la quedaría al escondite mediante la ruleta rusa de la mano acusadora de aquel que rifaba, entonando una canción infantil, quizás, tratando de endulzar la situación, mientras cada uno de nosotros, en corro, rezábamos por no ser los elegidos para tener que contar hasta cien y salir a buscar al resto en plena noche. Incluso todo aquello me resulta hoy más justo que cualquiera de las cosas que vienen sucendiendo ultimamente.
Ahora mismo, me conformaría con ir a ver una lluvia de estrellas, con tumbarme en la hierba en plena noche mientras miro todos esos meteoritos chocar contra una atmósfera cada vez menos impenetrable y no pensar en nada.
Pero aquí no brillan otras que no sean las de mi habitación, aquí sólo he podido ponerle tu nombre a esa que está a punto de despegarse. Y no dejo de pensar.
Llevo semanas intentando escapar de algo que no es real, de una vulgar rutina, de un nosaberquéhacerconlavida, que hasta al más simple de los mortales asustaría.
El problema es que, por más que recorro los rincones de mi mente buscando el botón de apagado mental, de desconexión terrenal, no lo encuentro. Quizás la cuestión no sea tanto buscar ese interruptor sino, más bien, encontrar aquello que consiga sumergirme en un disciplinado caos. Eso que me arrastre de vuelta al camino que se ha ido difuminando durante estos últimos meses.
Echo la vista atrás y, por un momento, viajo a los tiempos en los que las promesas se hacían juntando las puntas de los dedos índices. Aquellos en los que lo que más miedo me daba era mirar bajo mi cama en plena noche. Los mismos en los que se decidía quién se la quedaría al escondite mediante la ruleta rusa de la mano acusadora de aquel que rifaba, entonando una canción infantil, quizás, tratando de endulzar la situación, mientras cada uno de nosotros, en corro, rezábamos por no ser los elegidos para tener que contar hasta cien y salir a buscar al resto en plena noche. Incluso todo aquello me resulta hoy más justo que cualquiera de las cosas que vienen sucendiendo ultimamente.
Ahora mismo, me conformaría con ir a ver una lluvia de estrellas, con tumbarme en la hierba en plena noche mientras miro todos esos meteoritos chocar contra una atmósfera cada vez menos impenetrable y no pensar en nada.
Pero aquí no brillan otras que no sean las de mi habitación, aquí sólo he podido ponerle tu nombre a esa que está a punto de despegarse. Y no dejo de pensar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)