Les hay que no piensan. Despiertan, trabajan, comen, matan un poco el tiempo, vuelven a comer y vuelven a dormir. Son autómatas de su propia existencia. No tienen que pararse a pensar, ni tan siquiera mientras repiten, día a día, todas esas rutinarias operaciones, porque no es complicado rehacer lo hecho, recorrer el camino previamente andado. Es cierto que, a veces, todos necesitamos periodos de tiempo así, sin pensar. Porque, en ocasiones, pensar puede llegar a hacernos mucho daño. Pero, en mi opinión, no es aconsejable alargarlos demasiado, o corremos el riesgo de convertirnos en los responsables de nuestro propio declive; ya que, de la misma manera que el pensar, a veces, trae dolores de cabeza, otras veces, nos conduce a fabulosos paisajes que jamás creímos poder encontrar en nuestro interior.
No creáis que abren la ventana para disfrutar del olor a humedad cuando hay una tormenta, ni que se paran a pensar por qué siguen conviviendo con una persona a la que no aman. No buscan un banco donde sentarse a recordar las cosas que, algún día, les hicieron sentir bien. Tal vez, porque no las haya. No llegan a preguntarse qué pasará cuando cumplan una avanzada edad y no dispongan de los credenciales necesarios para afirmar que su vida ha sido maravillosa. Puede que tampoco echen demasiado de menos las cosas que no han vivido porque, seguramente, la decisión más difícil que tuvieron que tomar fue de qué color se comprarían el coche.
Hablo de pensamientos, pero está bastante claro que, todos ellos, siempre han estado unidos a los sentimientos. Lo que pensamos, generará, más tarde, un sentimiento. Pero no creáis que si buscáis, dentro de este colectivo de gente, encontraréis dónde rascar un ápice de empatía, amor o alegría. Os dirán que son felices, y seguramente no mientan. Es posible que tengan una estupenda piscina climatizada en su chalet de una cara urbanización, un perro al que pasear y un par de diamantes colgando de las orejas. Esa es su felicidad, y puede que esté siendo demasiado crítica con esa forma de quemar los días. Al fin y al cabo, cada uno es feliz a su manera y decide cómo vivir su vida. Pero no consigo entenderlo y, lo que más me asusta, no es pensar que quizás algún día también yo me convierta en un espectro más, porque sé que no sucederá. Lo que me asusta es que la mayoría de la gente vive así, y que las nuevas generaciones, cada vez, vendrán más educadas para producir y consumir. Luego ya, que se mueran si quieren.
Si no consigo comprenderles, ¿cómo van a comprenderme ellos a mi?
Sigue la luz en tu cabeza, y no le des más importancia de la que tiene al resto de cosas fuera de ella...
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