He decidido que es el momento de corregir mi ceguera, voy a ir al oculista.
No penséis que esto de ver mal es algo nuevo. Puedo reconocer una línea en una pizarra, pero no soy capaz de distinguir las palabras que le dan significado a la oración. Y sin significado, nada tiene mucho sentido.
Puede que siempre haya visto mal y no me haya dado cuenta hasta ahora. Eso explicaría todas esas cosas que nunca he sido capaz de explicarte, no porque no haya querido hacerlo, sino porque aún no he encontrado la manera.
El problema no sólo es ver mal de lejos porque, para qué vamos a engañarnos, de lejos todos vemos más pequeño lo que es grande. Si se encuentra situado a más de treinta metros de nosotros, es posible que no lleguemos a distinguirlo del resto de la imagen.
El problema viene cuando no reconocemos lo que está cerca. Todo eso que está ahí, a un sólo metro, y que muchas veces vemos, pero no llegamos a mirar. Y no es que no queramos verlo, es sólo que estamos tan acostumbrados a que esté ahí que, los despistados, como yo, terminamos por olvidar lo que es importante y lo que no.
Por eso creo que es el mejor momento para graduar mi vista, porque mis ojos han dejado perfilar las cosas importantes, porque estás cerca pero no puedo verte, ni mucho menos, mirarte. Y tengo tanto miedo de que un día no sea capaz, ni tan siquiera, de sentirte, que necesito que alguien me ponga unos cristales ante los ojos. Tal vez para esconderme detrás de ellos y pasar un poco más desapercibida, o tal vez para volver a disfrutar de todos esos detalles que antes veía y he dejado de apreciar. Esos que te diferencian del resto de los mortales, los que te han convertido en el motivo por el que seguir adelante.
Claro que, así como voy a poder volver a disfrutar más de lo que ahora veo menos, también es cierto que voy a tener que lidiar con el hecho de tener que contemplar lo grotesco. Ya sé que siempre podré girar la cara, pero es algo que siempre estará ahí, rodeando nuestro mundo, ese que hemos ido creando con tiempo y paciencia, el mismo en el que me has hecho sentir alguien y del que sólo podré salir cuando salgas tú.
Por ahora, seguiré esperando a que el médico me diga: "no hay más ciego que el que no quiere ver".
Nos solemos cegar a nosotros mismos, sin saber de verdad si lo hacemos sin querer o por una razón subconsciente o derivada de la razón...
ResponderEliminarEl caso es plantearse la cuestión como propia en un momento dado...Tomar un pequeño soplo de aire fresco, suspirar, mirar a las estrellas...y empezar a apreciar lo mucho que realmente amamos y que sabemos que tenemos cerca de nosotros.. ¡Y ese paso ya lo tienes!
Un besito desde mi hermosa pausa...:)
Alguien que conocemos suele decir que "no hay peor ciego que el que quiere ver" ;)
ResponderEliminarDe todas formas, somos tan ciegos que nunca llegaremos a distinguir entre ceguera, costumbre y despiste.
Si te consuela, piensa que como inspiración, parece que tu ceguera es una gran fuente :) (Borges cree que a él también le pasaba, mira a ver... ;))