No es sencillo mirar de frente lo que nos hace daño, como no lo es un "hasta siempre", ni cruzar los brazos cuando sabemos que ya nada se puede hacer. Duele hasta el hueso mirar a los ojos de quien está sentado en frente y adivinar resignación, asusta pensar que la fecha de caducidad está más cerca que lejos.
Conviene escapar, de vez en cuando, de la realidad. Ya no sólo por olvidar un poco que está ahí, acechante, como un tren fantasma en la noche más oscura, sino porque quizás sea la mejor manera de no perder el poco control que aún nos queda en un irremediable viaje hacia la nada. Aunque siga persiguiéndonos, conviene escapar.
Las cosas son como son, y aunque queramos pintar el cielo de otros colores porque estemos hartos del azul, no va a dejar de ser celeste, como los ojos de quien amaste y ahora no puedes ver. Suelo compararlo con la sensación que tengo cuando te veo y tengo que morderme las entrañas para no arrojarte a la cara la realidad que pareces haber olvidado. Te abrasaría la piel, te ahogarías en ella.
Pero qué te voy a decir yo que no haya hecho mal. Los errores siempre son injustificados. Los hay que olvidan una bolsa con ropa en una cafetería y los hay que prefieren ir dejando la vida en cualquier rincón, como si no fueran a morir jamás, sin saber que el jamás no es para siempre.
Es mejor despedirnos como si fuéramos a vernos mañana, hacer planes de un futuro inexistente, perdonar que no quieras seguir compartiendo tus veranos. Y es que he perdido las ganas de sufrir, las he dejado en un enero o en un mayo que, por desgracia, no van a volver. Hazme un último favor, no seas diciembre, no seas un dos.
Aplastante. Como la misma realidad...
ResponderEliminar