Podríamos haber llegado a querernos sin mares de por medio, haber sucumbido a la locura de dejarse arrastrar por la casualidad y haber entrado en una dimensión en la que no existiesen ni el tiempo ni la distancia.
Podríamos haber pasado más minutos mirándonos las caras, cogiéndonos las manos y arañándonos la espalda que tragándonos palabras, dejando al frío entrar y congelar la proeza de ser un poco más valientes.
Deberíamos haber roto el segundero, habernos aferrado a las noches alumbradas con velas y bocas de metro a punto de cerrar.
Si hubiésemos estrenado el cuaderno en blanco que tanto polvo guarda, si sus páginas se hubiesen llenado de alguno de los sentimientos que ni tan siquiera hoy sabemos que guardamos, tal vez hubiésemos llegado a paladear la libertad.
Pero, aún así, habríamos tenido poco tiempo para todo porque, en realidad, siempre quedará muy poco tiempo para todo.
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