No llegó a conocerme. De vez en cuando, creyó adivinar lo que sentía, imaginó ser un elemento indispensable para una vida que avanzaba con más pena que gloria. Intentó parecer diferente, recitó poemas, y nombró a artistas y pintores de los que nada sabe. Habló de grupos que no se habían formado y de películas que aún tenían que rodarse.
Tal estupidez no llegó a causar en mí más que una mezcla de fascinación y lástima, paradójicamente, difíciles de diferenciar.
Nunca supo que yo me había hecho fuerte, que mi sorpresa y mi interés desaparecían en cuestión de horas ni que, de todo lo que dijera, me creería la mitad. No entendió mis malas caras ni mis silencios prolongados, pero la mayoría de las veces tampoco yo fui capaz de discernir por qué me comportaba así.
Por increíble que parezca, en alguna ocasión llegué a arrepentirme de no haber apostado por algo en lo que no creía. Llegué a pensar que, con tiempo, podría llegar a creer. Pero no soñaba, y sin sueños no puedes pretender volar conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario