Me encontró sin buscarme, pero no debí haberle buscado para no perderme. El error del enamorado es dejarse ver demasiado, arrojar las cartas sobre la mesa antes de empezar la partida. Así nunca se gana.
Se me antojan ajenas las noches de insomnio y taquicardia, las ganas de escaparme contigo a otras ciudades para salvarnos del vacío que trae consigo la rutina, pasar de querer olvidarte a tener que esforzarme para pensar en ti.
El acierto está en no pensar en lo que deberíamos sentir, sino, más bien, en sentir lo que pensamos.
Ni tú ni yo fuimos las primeras, pero la siguiente tampoco será la última. Seguirá vagando en busca de lo que algún día creyó encontrar, el remedio a su vulgar existencia, el rostro que acariciar cada mañana. Seguirá queriendo ser lo que ni tan siquiera llega a aparentar, anhelando protagonizar una película que nunca se llegó a rodar.
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