martes, 11 de mayo de 2010

La destrucción.

Qué voy a contarte que no sepas. Creíamos en los sueños. Era tan fácil como atarse los cordones y echar a correr. Con el riesgo de caer, pero con la emoción de llegar. Las horas se perdían entre los dedos y los días bronceaban tu piel.

Porque eras libre, tan libre como yo. Hacías castillos de arena, barcos con los juncos, llamabas a los timbres y congelabas los petit suises. Comías el bocadillo en la plaza y construías las casetas en el arroyo. Besabas con miedo y bailabas sin él.

Ahora montas en yates que no puedes pagar, pretendes comer marisco en el plaza y hacerte un chalet a la orilla del mar. Besas sin ganas y mejor no hablemos de bailar.

Pero vamos, que podemos hacer como que no creímos en nada. Finjamos haber sido paganos de metas inciertas pero alcanzables, haber soñado con no crecer. Hagamos como que no me agarraste la mano para saltar el charco creyendo que si me caía en el me tragaría la tierra, c
omo que no temblabas al besarme bajo el puente aquella noche de verano, como que no contamos las estrellas, como que no quisiste bailar con ellas.


Que lo entiendo, de verdad. Que claro, ya has entrado en ese bucle en el que se cae cuando "te haces mayor" y no sabes que, cuando se entra, se cierra una puerta que es difícil volver a abrir.



Ahora, llámame inmadura, aprieta los dientes y hazte un nudo en la corbata. Sigue sin mirar a los ojos de la gente cuando hablas.
Ten cuidado, no te manches, no te sientes en el suelo.
No te bañes en el río, podrías tragar agua y alguna enfermedad.
Y sigue a lo tuyo, que ya hacemos los demás por hacer de lo nuestro algo diferente.

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