miércoles, 12 de mayo de 2010

Perdón por la tristeza

Tenía que llegar, el golpe, la caída. Se vive muy feliz sobrevolando las aceras de la ciudad, pero no se da uno cuenta de que en algún momento va a tropezar con con el bordillo. Tendría que haberme dado cuenta, sobre todo después de haber venido de donde vine.
Es como salir de una ensoñación a las cuatro y media de la tarde. Aturdido, sin saber muy bien dónde se está ni cómo se ha llegado hasta ahí. Perdiendo un poco la identidad.


Pues, señoras y señores, caí. Y además de manera bastante brusca. Ayer por la mañana. Lo que pasa que no hubo nadie que me sujetara ni me preguntara si me había hecho daño. Ni siquiera estaba en la calle. Tropecé en el salón de mi casa. Por suerte mi cabeza no aterrizó en el bordillo de la mesa.


Cuando recuperé un poco la conciencia te llamé y me eché a llorar. Asustada como un niño, sin saber qué hacer, que decisión tomar. Me sentía más sola que la luna, eso te lo aseguro. A ti te lo cuento, que siempre estás. A ti, incondicional. A tí, que se no vas a dejar de quererme. Porque hay algo que no sabe la gente. Es muy fácil odiarme. De verdad, puedo llegar a ser de lo más odiosa. Puedes preguntar por ahí, que vas a oír de todo. Pero como alguien decida quererme, quererme de verdad (que de amores postizos está el mundo lleno), es difícil que deje de hacerlo. No sé por qué, pero pasa.
Quizás a ti te haya tocado quererme porque no hayas tenido otra opción, porque odiarme podría llegar a ser más doloroso. Porque, si lo hacías, ibas a terminar queriéndome más.

Y no, no es que hoy esté desbordando autoestima. No me creo nadie, pero sé lo que te pasa. He aprendido lo que le pasa a la gente que se relaciona conmigo. En serio.


Lo que iba diciendo, no entiendo cómo tu voz pudo tranquilizarme, pero lo hizo. Una vez más lo consiguió. Entonces comprendí que los cientos de kilómetros que nos separan nunca serán más fuertes que el vínculo que nos une, que a ti también es imposible dejarte de querer. Y él día fue mejorando. Será una coincidencia, pero incluso salió el sol. Y eso ya es mucho en estos días de mierda. No volví a sobrevolar la tierra, pero tampoco tropecé.



Hoy intentaré coger carrerilla y pegar el salto. El
"pequeño salto mortal" que me devuelva a donde estaba. A la perpétua sonrisa, a la paz interior, a atreverme a volver a mirar las estrellas que decoran mi habitación. Luego te llamaré, y te daré las gracias. Tú no sabrás por qué, pero tampoco preguntarás. En eso se basa lo nuestro. En saber sin preguntar. Hablar sin pronunciar. Querer sin mirar.

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