martes, 3 de agosto de 2010

Sangre y sudor

Dos años después, con la misma clase de nervios, vuelvo a mirar sus ojos verdes.
Los mismos que un verano recorrieron medio país para reflejarse en los míos. Aquellos de los que no supe enamorarme.

Casi todo ha cambiado desde entonces, pero lo imprescindible sigue intacto. El mismo coche con las luces de emergencia encendidas, el mismo sol alumbrándonos la piel, las mismas sonrisas esquivas. Los mismos recuerdos compartidos. Nada más allá de lo puramente cotidiano. Una mañana de monte, calor y una tarde de café. Pisto, fotos y ciervos. Una fiesta, una pensión de estudiante, frío, un par de regalos y un ebrio viaje a Palencia.

Dos años. A veces me parece menos. Otras mucho más.

Pero ya da igual. A pesar de que hay veces que el tiempo se rinde para dejarnos disfrutar del momento y hacer las cosas bien, otras decide correr más rápido que nosotros,adelantarse a nuestra voluntad y quitarnos la ocasión de reparar los daños a terceros.
Le habría querido, aunque no creo que hubiese sabido demostrarlo. Nunca se me ha dado bien hacerlo. Pero, puestos a sincerarnos, de alguna forma que no acierto ni me atrevo a definir, creo que siempre le he querido. Pero eso él no lo sabe, ni lo va a saber. Porque soy algo cobarde y porque es posible que, si cruzamos esta puerta, se cierre y no podamos volver a abrirla. No hay picaporte por fuera de esta realidad.
Es la pescadilla que se muerde el lomo por no querer llegar a la cola. Es el miedo a cerrar un círculo que nunca se cerró.

Tras largas horas de meditación ininterrumpida pienso que puede que sea mejor dejarlo así. Abierto. Que entre el viento a secarnos el pelo y a refrescar un poco este infierno de ideas. Que, si se sella, los restos de sueños rotos lograrán rasgarnos la piel.
Y ya se sabe que nunca fue bueno mezclar sangre y sudor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario