domingo, 12 de diciembre de 2010

Pero dos no es igual que uno más uno

Pudiendo haber pasado todo lo mejor, terminó ocurriendo lo peor. Y no es que nadie dejara de hacerlo todo bien, ni llegase a hacer algo mal. No es que extrañas fuerzas del universo intervinieran para que eso pasara. Sólo es que, a veces, de un hilo se hace un ovillo difícil de desenredar. La una no sabía coser y la otra jamás logró deshacer un nudo. Y no supieron qué hacer con aquella bola.
Pero no fue hasta meses después cuando supieron que no había remedio.

Habían sido semanas de felicidad absoluta. De madrugar sonriendo y acostarse acompañadas. De cines, conciertos, libros y besos. De retratos, paseos, sudores y cartas con remite. Nada importaba, todo era amable.
Pero nada es eterno y, aunque se prometieran no pensar demasiado en por qué a ellas, en autobuses separados, dejaban la misma mirada aterrada perdida en el cristal. Aquella roja manzana que habían mordido con tantas ganas resultó ser algo indigesta, no estar hecha para esos dos pequeños estómagos. Entonces, llegaron las lágrimas y los lamentos, desearon haberlo hecho de otro modo, haber sido más valientes, o más cobardes desde un principio, no haber metido los pies para terminar caladas hasta las rodillas. Y, al final, el miedo a ahogarse venció a las ganas de nadar; terminando, de todas formas, las dos sin aire en el fondo de algún lugar perdido.

Nadie les contó nunca que el corazón tiene cuerda, que está programado para frenar ese frenético ritmo en determinado momento y que, si no eres capaz de controlar esa frenada, los sentimientos se desvanecen como un sueño nunca cumplido.

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