lunes, 28 de marzo de 2011

Días buenos y días cojonudos.

Perdón si el título resulta algo vulgar, pero es que ya me ha quedado bastante claro que cada vez que encuentro la herradura de plata, que siempre pierdo y que siempre vuelve a mi, pasa algo fuera de lo común. Algo mejor que bueno, algo cojonudo.
Si a eso le sumamos un concierto del hiperglucémico Quique González y un regreso a mi ciudad natal más tierna que el día de la madre, obtenemos una noche única.

Y es que no todos los días te preguntan en qué película te gustaría estar viviendo, ni te quedas con las ganas de responder que te gustaría vivir en una en la que él estuviera interpretanto el papel co-protagonista de la tuya.
No todos los días decides cambiar los cigarros por los besos, ni les haces el vacío a las rebeldes agujas de un reloj empeñado en adelantarse. Ni te manchas de barro, ni buscas ese árbol que nunca encontrarás, ni te quedas con las ganas de gritar sin importarte demasiado, siempre y cuando el miedo siga en ese cajón cerrado con llave. Cógela y tírala al mar. A poder ser, por el barranco gallego del que hablamos. Y vivamos, cada noche, esa noche. Reinventémosla, mejorémosla, recordémosla.

Cojamos ese tren sin destino ni estación. Contemos y descontemos. Avisemos cuando haya que matar ciertos monstruos, que yo me escondo y te observo. Y rodemos.
Pero, sobre todo, comprendamos que no todos los días sonríen a mi mirada, ni miran a tu sonrisa.

Cada vez que te recuerdo viene a mi una imagen, éramos tú y yo de safari en el parque.

jueves, 24 de marzo de 2011

La casualidad que estábamos esperando

A veces, lo que llevamos tanto tiempo buscando está muy cerca. Tanto, que tan sólo tendríamos que darnos la vuelta para descubrirlo. Pero no lo hacemos, o lo hacemos cuando la otra persona está de espaldas, y no la reconocemos. Y, entonces, empezamos a pensar si esa persona estará pensando en nosotros mientras pensamos en ella. Pensamos qué estará haciendo, o hacia dónde le habrá llevado la vida que un día nos separó. Está ahí, detrás, y casi puedes sentirlo, pero no lo ves.

Aún hoy, hay días que me pregunto, ¿estarías tú allí ese día?


lunes, 21 de marzo de 2011

Primavera

Llega la primavera, puntual y soleada.
Llegan los días de lluvia repentina, de besos salados y cálidos paseos.
Llega el insomnio a la m-30, las cometas a los cielos y las flores al cerezo.
Los conciertos descubiertos, las hormonas a la sangre, los trenes a las playas y las norias a la feria.
Llegan los soles a las siete y las lunas a las diez. Las señoras con falda, los señores con bermudas, las cervezas a la calle y las fiestas a los pueblos.
Los abrigos al armario, los niños a los parques, los adolescentes a los ríos y las bicis a tu barrio.

Despertamos otro año y, timidamente salimos del cascarón donde nos hemos estado resguardando del frío todo el invierno.
¿Cuántas cosas más nos traerá esta primavera?


viernes, 18 de marzo de 2011

Come what may

Muy bien, haz lo que la sociedad te diga, que ya estamos otros para salirnos del rebaño. Elige el camino fácil y déjate llevar, que nadar contra corriente cansa mucho.
Yo soy más de tirarme de cabeza, pero no sin mirar antes si hay una cantidad de agua suficiente como para no dejar los sesos en el intento.
Es más arriesgado, pero más gratificante. De reprimidos está el mundo lleno, así que o estás conmigo, o puedes irte por donde has venido.
Puedes ser de los que no saben en qué grupo social encajarme, o de los que me clasifican sin conocerme. Hay quien me cree menos inteligente por sacarme treinta años, y hay quien me valora con cuarenta.

Pero vamos, tú sígueles a ellos, como has hecho siempre, y te convertirás en una piedra bien anclada al suelo. Yo, mientras, volaré y te saludaré desde las alturas. Volar es algo que siempre me ha asustado, nunca me parecido del todo seguro eso de no estar en tierra, pero eso es precisamente lo que lo hace interesante y atractivo. Así que, o vuelas conmigo o te quedas con ellos, pero nada de estar levitando sin decidir nada. Si no vienes, no voy a volver a esperarte cuando me lo pidas.
Tiraré de ti siempre que lo necesites, pero has de saber que encontraremos nubes que atravesar especialmente negras. Tú sólo agarra fuerte mi mano, que no voy a soltarte. Y cierra un poquito los ojos, que no por mirar más vas a solucionar las cosas antes.

Si eres de los míos, no pierdas de vista tus sueños, no importa lo viejo que seas, la edad es una medida algo imprecisa creada para limitar tus posibilidades con el paso del tiempo. Mientras estés aquí, persigue lo que quieras perseguir, que el más allá aparece difuminado al final del camino.
Conserva tu dignidad, pero despréndete del orgullo, sólo sirve para alimentar el rencor. Mira a los ojos de la gente y podrás leer lo que no dicen, lo que nunca se atreverán a confesar.
Reserva diez minutos al día para tumbarte en la cama y pensar en todas las cosas que te han hecho sentir bien esa jornada. Intenta conservarlas para la siguiente.
Cuando te hayas convencido, ayuda a los demás, aunque sólo sea a soltar una carcajada. Puede que no lo digan, pero estarán agradecidos. Sonríe tú también, especialmente cuando tengas ganas de llorar. Pero si vas a llorar, hazlo sin miedo y deja que quien te quiere seque tus lágrimas.

Esto es todo. No es muy complicado de cumplir, pero aún hay quién no lo entiende. Si no estás de acuerdo, no cuentes conmigo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Utopías

Lo imposible es una burla de los dioses. Fue por eso que éstos desaparecieron. No fueron capaces de nadar en ese río, nadar en la nada. Todos venimos al mundo con la obsesión de un imposible. Y cuando tomamos conciencia de que el imposible es eso: un imposible, ya es tarde para refugiarnos en la sensatez.



Todos queremos lo que no se puede, somos fanáticos de lo prohibido. Algunos lo llaman utopía, pero la utopía es más seductora. No tiene puertas cerradas como lo imposible. No nos desprecia como lo prohibido. La utopía tiene la gracia de los mitos, la maravilla de las quimeras. Si tenemos ánimo, paciencia y un poco de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible.

Lo prohibido es un desafío que casi siempre nos derrota. La única posibilidad de vencerlo es llevarle la contra a los pontífices, que siempre han sido los jefes de lo prohibido. También lo son los dictadores, pero los pontífices al menos no torturan.

A veces lo imposible lo llevamos en el ánimo, y éste no es capaz de dar el salto sobre lo prohibido. Y si como excepción alguien se anima a dar el salto, se encontrará con que lo prohibido es un abismo. Y entonces chau.

Mario Benedetti (Vivir adrede)

martes, 15 de marzo de 2011

Chilla que tiemble

Lo más fácil sería decirlo rápido, sin rodeos. A poder ser, de una manera en la que a penas llegues a escucharlo. Quizás saludarte y, como quien habla de la situación actual en Japón, decirte algo así como: por cierto, me he enamorado de ti, y creo que la vida es menos mala y algo más dolorosa desde que me despierto con tu imagen en mi cabeza.
No estaría mal porque, como no sueles escucharme, yo me engañaría, fingiría que lo sabes y me quitaría un gran peso de encima.
Y aunque piense que nunca me resultará fácil decir tal cosa, tengo miedo de que, si no lo hago, un día de estos me descubras escondiendo el corazón en el bolso, envuelto en sangre y flores, y te asustes.

También es verdad que podrías ser tú quien empezara a sincerarse y contarme que se te escapan los latidos cuando me tocas. Que no es por tenérmelo creído, pero es que sé que te ocurre. Y, aunque lo sé (y puede que tú aún ni te hayas dado cuenta) quiero oírtelo decir. Podrías quedar conmigo donde siempre, tomarnos unas cuantas cervezas, las necesarias para envalentonar la lengua, montarnos en un metro y soltarlo en el vagón, justo antes de bajar en tu parada. Así, yo me quedaría con las ganas de salir corriendo detrás de ti y besarte como seguramente nadie te haya besado antes. Con las mismas ganas que siempre me trago al cruzar la puerta. Así, de paso, evitaría el riesgo de volverme vulnerable al lanzar mi secreto a tus ojos.

No encuentro una manera convencional de decirlo. Ya sé que piensas que el problema reside en que ni yo misma lo soy. Pero claro, estar enamorada no es sencillo, desgasta mucho. Ultimamente no duermo, tan pronto como poco, como me pego una atracón de chocolate, me muevo más que los precios y a veces pienso que ni mi cuerpo ni mi mente van a poder llevar este ritmo al que los tengo sometidos mucho más tiempo. Estoy agotada, ¿cómo decir que en lo que más concentración consigo obtener es en escribir esta estúpida basura?

Sé que es un lío, un gran lío. He tratado de decírtelo mirándote a los ojos, sonriendo cuando me hablas de cosas serias, y dándote la mano de vez en cuando. Y aunque creo que ha quedado suficientemente claro lo perturbador que todo esto está siendo para mí, tampoco quiero no estar enamorada de ti. Me gusta que me gustes. Me encanta que me gustes. No entraba en mis planes, pero has aparecido y doy gracias a lo que sea que te haya traído hasta mí. Estoy tan contenta como jodida, y eso es fabuloso.

De momento, me voy a celebrarlo con mi mejor amiga. Luego, quizás te llame, y justo cuando cuelgues te diré lo que nunca te digo y siempre me muero por decirte.

lunes, 14 de marzo de 2011

Vendrán días...

No creo que te interese mucho lo que escribo pero, si te digo la verdad, a mi me importa un comino lo que lees y, mucho menos, lo que puedas llegar a pensar cuando lees las entradas en las que hablo de ti.

Borderías a parte, ahora que las noches son agujeros negros en los que el sueño no llega, me dedico a pensar. A veces ni pienso, y tan sólo miro las estrellas que alguien pegó en mi techo, o imagino lo divertido que podría ser dibujar en las paredes y escribir frases que expresaran algo más bonito que lo que nunca dice el silencioso gotelé. Otras veces, cojo el teléfono y lo miro un rato, como si, por mirarlo, fuera a sonar y alguien fuera a compartir su insomnio conmigo. Pero no suena. Dejo el teléfono al lado de la lámpara que Iván me regaló, me doy la vuelta, cierro los ojos y presiento que la almohada nunca adoptará la forma que debería adoptar para que yo pueda entrar en fase REM.
Alguna vez he estado a punto de ponerme el chándal y salir a correr, sin importarme que sean las dos de la mañana, pero luego he desechado la idea porque me asusta lo que la noche pueda albergar un domingo.

La tele no es una opción, y nunca podré concentrarme en un libro a esas horas. ¿Solución? La única que he encontrado es vaciar la basura mental que alberga mi sistema límbico.

Es algo desesperante porque, cuanto menos duermo, más pienso. Cuanto más pienso, más escribo. Cuanto más escribo, más lees. Y, cuanto más leas, una idea menos objetiva podrás hacerte sobre mí.


Dame un lenguaje sin palabras para abrigarme, que tengo frío.
Dame besos y caricias olorosas y descalzas.
Dame un mundo sin palabras, que yo respire porque me ahogo,
dame besos y caricias sinceras o mercenarias...

sábado, 12 de marzo de 2011

Con rabia y amor

Son esas cosas que una calla, las que no dice, las que suelen ser más importantes. Sin saber muy bien por qué, en cierto momento, decide guardarlas dentro porque, así, no corren el riesgo de ser malinterpretadas al convertirse en palabras, susurros, gritos o canciones.

También es cierto que llega un momento en que todas esas cosas que una comparte consigo misma empiezan a hacer daño, indignadas porque no se les brinde la oportunidad de ser expresadas. Y presionan las entrañas, buscando la grieta, queriendo escapar. Entonces, una se aventura a contarselo a otra persona, sólo a una, meticulosamente escogida y conocida. Alguien que no juzgue y sea capaz de aliviar una pizca de la angustia que, a la primera, atormenta. Alguien que se limite a escuchar y aconsejar. Porque a una le gustan las opiniones, hay tantas como personas en el mundo, y cada una puede aportar algo con lo que, hasta el momento, no se contaba. Lo hace con la esperanza de que, por obra y gracia de esa simple confesión, todo se arregle, y deje de pensar y de sentir lo que no quiere, o no debe, ya ni lo sabe, sentir; que el corazón vuelva a su lugar, se recoloque y, con él, todas las piezas del puzzle que no consigue terminar.

Pero las cosas no siempre son tan sencillas como una creía que podrían llegar a ser y resulta que ninguna de esas esperanzas sonríen a sus expectativas. Entonces, una intenta evitar volver a caer en el bucle acción-reacción-destrucción en el que ya cayó una vez. Y se vuelve un poco excentrica. Empieza a acudir a iglesias a las que nunca acudió, y reza a los dioses en los que nuna creyó. Les pide clemencia y perdón. Les pide un milagro inmerecido, un poco de oxígeno en esa cámara de gas que le impide respirar. Y, de pronto, empieza a escuchar canciones de un coro de niños, sale de allí y vuelve corriendo a casa, con el corazón acelerado, empapada en un sudor que nadie secará esa noche. Y la puerta no se abre e intenta forzar lo que no se puede derribar. Le pega unas patadas, ya no sabe si porque quiere entrar y meterse en la bañera o porque no tiene otra forma aniquilar el dolor. Pero nadie abre, ni se mueve, y el silencio es lo único que queda después de la agitación inicial. Apoya su espalda en la pared y resbala hasta el suelo. Una se rinde y, entonces, llora siendo incapaz de discenir si esas lágrimas contienen lo que calla o lo que reza. Y ya no sabe si llora por los dioses, por los niños que cantan en la iglesia, por el sudor que la empapa o porque la puerta no se abre. Deja de pensar, cuesta mucho, deja de sentir y se abandona a los brazos de Morfeo.

De pronto, abre los ojos, está en la cama y la claridad se muestra como punto de inflexión entre el sueño y la vigilia a través de las tablas de una vieja persiana veneciana a medio cerrar. Y allí, mirándola, sonriente, está el culpable del sueño que seguramente vaya a entorpecer el resto de su día, pero respira aliviada, y se entrega un ratito a él, con rabia y amor, con alegría y calor, sabiendo que sigue callando pero que, mientras calle, nada puede temblar.


And then I looked up at the sun and I could see
Oh, the way that gravity turns for you and me.
And then i looked up at the sky and saw the sun
and the way that gravity turns on everyone, on everyone...


http://www.youtube.com/watch?v=pCKbxjicgYM


.

viernes, 11 de marzo de 2011

Como Tony Soprano

No hay nada peor que te tomen por tonta (bueno, supongo que es peor que te tomen por ello y, además, serlo).

A veces ya no tengo del todo claro si es que relamente soy idiota o me toman por ello.
Pero el caso es que ahí he estado yo, sentada frente a alguien que intenta manejar mis movimientos y, lo que es peor, mis pensamientos. Alguien que no sabe ni lo que hago ni cómo pienso. Supongo que para llegar a manejar a una persona es esencial que primero tengas bastante información sobre su psico, no prejuzgar a la ligera. Pero les hay que se creen omnipotentes.
Ha hablado y ha hablado. Y, cuanto más lo ha hecho, más inverosímil me ha parecido la situación. Sutil en las amenazas, implacable en disfrazar de buenas maneras lo que son resentimientos estancados en malas experiencias.
Como Tony Soprano en el capítulo en que aconseja a su amigo de infancia que no juegue al póker, que le puede salir mal y nadie va a ayudarle cuando lo pierda todo. Dos sillas verdes y una mesa negra han separado el odio de la incredulidad, el desdén del interés, el póder de la impotencia que da tener que tragarte las palabras.

El tiempo me ha enseñado que a veces es preferible quedarse en bragas a ahogarse en pantalones y hoy no me ha quedado más remedio que bajármelos.
También me ha enseñado que quién no es demasiado feliz con su película no va a decorar la del resto, ¡no vaya a ser que resulte que le gusta más que la suya! Además, a esa gente, a la hora de la pena dos gin tonics no le sientan tan bien y, cuando ocurra, nunca seré yo quien le vaya a ofrecer el aire de la calle.

No sé para qué suelto tanta tontería si, en definitiva, sólo quería decir que cuanto más conozco a la gente más me gusta mi perro.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Por lo menos en primavera

Adoro esos días en los que el invierno empieza a agonizar y deja paso al ligero calor. Sonrío más, me siento mejor.

Deberímos volver a la calle Hortaleza un día de estos, cuando llegue la primavera, a comprar unas nuevas narices de clown. Y llenarlas de buena energía, y cantar "shiwa" cuando nos las pongamos. Deberíamos hacer eso, y volver a bajar al parque de mi casa con las guitarras y las cervezas, y tocar hasta que salga algo realmente bueno, algo de lo que podamos sentirnos orgullosas. Luego, acercarnos al bar y brindar con un par de gin-tonics.

Ahora que la niebla se queda atrás y se nos abre un paisaje nuevo, podríamos coger mi peluca rosa y volver a "El penta" disfrazadas, en tu cumple. Y empezar a tumbarnos al sol, sentir su calor. O dejar que la energía de la tierra renueve la nuestra.
Molaría que viniera Estefanía con una caja de "calippos", como aquel verano, y reírnos de todo.

No se tú, pero yo pienso deshojar margaritas para adivinar si me quiere. Volveré a ponerme las gafas de sol y estrenaré la mochila que huele a cabra. Me obsesionaré con algún cantautor, ire a todos sus conciertos e intentaré entablar conversaciones poco grupies con él.

Deberíamos, también, volver a Quintana, coger las bicis, visitar todos los lugares donde hacíamos casetas cuando éramos niños y dejar una flor en cada uno de ellos, por él, que seguirá protegiéndonos y sonriendo desde donde quiera que esté. Podríamos intentar subir a esa que hicimos al lado de las vías, la más peligrosa, donde perdíamos las horas cuando aún no éramos conscientes de que las cosas malas también podían suceder. Y aprovechar para gritar sin que nadie nos oiga, soltar todo lo que aún no hemos soltado. Y, luego, aliviadas, volver por el camino de la estación y parar para mojarnos con los aspersores. Ir donde Julián, comprar unos melocotones y comernos la tarde. Tomarnos unas cañas en la terraza de Tulín, hablar con algún anciano con quien nunca hayamos hablado e intentar aprender algo bueno de él.
Y grabar algo, un corto veraniego. Uno alegre.
Por la noche, subir a la bodega, beber vino hasta olvidar que existimos y tumbarnos a mirar las estrellas, como cuando aún no habíamos quemado la inocencia.

Deberíamos intentar ser felices el mayor tiempo posible, decir "te quiero" a las personas a las que nunca se lo hemos dicho y empezar a hacer todas esas cosas que nunca nos atrevimos a hacer, que estamos muy reprimidos. El miedo es necesario para no perder el rumbo de nuestros sueños, pero no debemos dejar que nos paralice.
No lo hará, no podrá, somos invencibles. Por lo menos en primavera.

lunes, 7 de marzo de 2011

El queso de mis macarrones

Él es diferente. Se marchó para recapacitar, aprender a no odiarme, mirarlo todo desde fuera y volver. Él me quiere y lo demuestra. Si tiene que gritarme que puedo llegar a ser insoportable, lo hace. Y si tiene que decirme que puedo llegar a dónde sueño, también lo hace.
Se merece lo mejor y nunca he sabido dárselo. No terminaría de explicar las razones por las que merece ser feliz, y tampoco creo que os interesen.

A veces es obcecado, otras comprensivo. A veces se protege, otras intenta destruírse. Y ahí intento estar yo, para evitar que derribe lo que ha construído, sujetando la torre, explicándole que las cosas no son tan teribles como las ve, escuchando cómo dice que parece mentira que yo le diga eso.
Él es riberas, sombreros, besos y estaciones. Y, también, aviones, conciertos, cigarros y canciones. Playas, ferias, cines y fotos. Pero, si tuviera que definirle en una palabra, te diría que él es música.

Sé que a veces le encantaría mandarme a la mierda, y sé que muchas veces le he mandado yo. Y aún así, no abandonamos.
No somos fáciles, pero nos simplificamos. Él me ha sostenido cuando me empeñaba en caer. Y me ha abrazado, cuando la mayoría de la gente no lo ha hecho. Me ha comprado el vestido más feo que pudiera existir y ha encendido las luces de neón.

Sabe quién es y no se traiciona. Es mi espejo y, puede parecer exagerado decir esto, pero lo cierto es que, si no le hubiera conocido, no estaría donde estoy.

Él ya sabe que le quiero, aunque nunca haya llegado a creerlo.

viernes, 4 de marzo de 2011

Tú y cuántos como tú

Yo se que tomas pastilas para dormir porque no encuentras otra manera de soñar, que caminas con la cabeza bien alta pero no eres capaz de mirar a los ojos de otra persona cuando te hablan. También se que escupes palabras que niegan lo que sientes y que te dejas barba porque no te gusta tu cara. Pero claro, son cosas de las que tú no te das cuenta. Son ese tipo de detalles que se llevan dentro y ya está.

Si ya sabemos que cuando llamas es, más bien, para pedir, que lo de dar no es tu fuerte. Como sabemos que no vendrás a vernos si no es porque te interesa, preferimos no verte. Y como sabemos que si no te vemos somos más felices, no te invitamos a que vengas, que ya tienes el valor suficiente como para hacer tu propia invitación. Luego no llores si cuando llames al timbre no te abrimos la puerta, luego no digas que no te lo advertimos.

Lo de gastar energía con gente como tú ya lo hemos vivido con otros y, si te digo la verdad, siempre hemos fantaseado con la idea de lo divertido que sería juntaros y meteros en una habitación sin puerta de salida. Pondríamos una cámara, además, para ver cómo os matáis los unos a los otros con descaros y mentiras.

Mira que te he dicho veces que no es bueno tener tanto ego, que no eres en quien pienso cuando me despierto, que hay muchos que huelen mejor que tú, por no entrar en temas más serios.
Da lo mismo, tú seguirás leyendo y pensando que escribo por y para ti, que esta boca es más tuya que mía y que nunca podrá ser de otro.

Haznos caso por una vez, y déjanos un poquito en paz.
¡Ah!y abrígate, que hace mucho frío.

jueves, 3 de marzo de 2011

Otro más

¿Sabes una cosa? Quiero cumplir tantos años como tú. Con esa salud y sonrisa, con tu fuerza y tu valor.
Me encantaría poder contar muchos años, a ser posible, hasta que perder la cuenta. Ver cómo mi piel empieza a arrugarse a pesar de que la Tierra siga girando y no tener miedo.
Y querer a mis nietos como tú me quieres a mi, y saber hacer por los demás todo eso que tú haces sin esperar nada a cambio. Y, un día, poder decir que, en definitiva, lo malo no fue tan malo y lo bueno fue mejor.

Sé que es posible que cualquier nieto piense esto de su abuela, pero si me hubieran dado a elegir no habría escogido a otra.
Otra no me habría contado los cuentos como tú, ni me habría mordido la mejilla cada vez que me marchaba, ni habría dormido conmigo cuando tenía miedo a la oscuridad. Tampoco me habría comprado croissants para rellenarlos de nocilla, ni me habría dejado pringar su cocina para hacer morcillas, no habría congelado los pettit suisses con un palo para convertirlos en helados en verano, ni me habría metido la bolsa de agua caliente en la cama en invierno.

Sin ti no tendría el recuerdo de la sintonía de la radio de aquellas mañanas de julio, ni el de verte calentar la gloria en enero, ni la eterna curiosidad por saber cómo carajo se hace un jersey de punto. Tampoco sabría que la casa de una abuela es el mejor lugar para escapar cuando el mundo se torna cruel.

¿Quién me habría malcriado si no hubieras sido tú?, ¿a quién habría intentado yo enseñar a andar en bicicleta o habría intentado espantar su miedo a las tormentas?, ¿habría escrito yo esto si no hubieras sido tú la dueña de esos recuerdos?

Espero poder felicitarte muchos años más, a ser posible, hasta perder la cuenta.

Te quiero abuela.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Un año

Puede parecer poco, pero para mi ha sido mucho porque, en un año, tu vida puede cambiar hasta el punto en que se modifique tu manera de ver y sentir el mundo. Afortunadamente, así ha sido.
Parece ser que el tiempo me ha puesto en mi lugar, y no podría haberme colocado mejor.

Ha pasado un año desde que mi madre me despidiera entre lágrimas, desde que felicitara a mis abuelas por su cumpleaños desde esta fabulosa monstruosidad llena de edificios, gente y ruido en la que decidí quedarme. Uno desde que sintiera que quería volverme a casa, desde que no tuviera esperanzas verdaderas puestas en que, aquí, las cosas mejorarían. Y aún no sé cómo logré apretar los dientes y seguir caminando sin romperme, pero sí que sé gracias a quienes. Y es que, sin la ayuda de todos aquellos que me han llevado de la mano o que, desde la distancia, me han gritado: "¡Cuidado con esa piedra!" seguramente no estaría escribiendo esto hoy. Gracias.

Un año, y hace el mismo frío pero otras son las nubes que cubren el mismo cielo. La rutina me ha querido y me ha dejado varias veces, pero, en ocasiones, sigo empeñada en perseguirla por aquello de no perder del todo un hilo conductor que me mantenga donde deseo estar.
No se ha portado mal conmigo, pero tampoco ha sido del todo fácil de llevar. Ha tocado saber lo que es sentirse sola y he descubierto el verdadero valor de la amistad. Esa que, en vez de dejarte caer, deja que lo hagas y te ayuda a remontar. Esa que, además de hacerte reír como nadie, te enseña a llorar sin miedo.

Hoy me pregunto qué sería de mi sin todo lo que he conseguido en estos 365 días, qué me deparará el nuevo año, cuánto tiempo más podré estar celebrando aniversarios madrileños, tocando la guitarra en el retiro, leyendo en el metro, yendo a conciertos cualquier día, celebrando cumpleaños, paseando por el rastro, disfrazándome el día que me de la gana sin importarme que la gente pueda mirar, conociendo a personas tan increíbles como tú o como aquel, esperando las visitas que me hacéis, perdiendo trenes, cogiendo taxis, fumando a medias o conduciendo por Gran Vía en las noches de verano, ¿cuánto tiempo más me dejarás crecer contigo, Madrid?