sábado, 12 de marzo de 2011

Con rabia y amor

Son esas cosas que una calla, las que no dice, las que suelen ser más importantes. Sin saber muy bien por qué, en cierto momento, decide guardarlas dentro porque, así, no corren el riesgo de ser malinterpretadas al convertirse en palabras, susurros, gritos o canciones.

También es cierto que llega un momento en que todas esas cosas que una comparte consigo misma empiezan a hacer daño, indignadas porque no se les brinde la oportunidad de ser expresadas. Y presionan las entrañas, buscando la grieta, queriendo escapar. Entonces, una se aventura a contarselo a otra persona, sólo a una, meticulosamente escogida y conocida. Alguien que no juzgue y sea capaz de aliviar una pizca de la angustia que, a la primera, atormenta. Alguien que se limite a escuchar y aconsejar. Porque a una le gustan las opiniones, hay tantas como personas en el mundo, y cada una puede aportar algo con lo que, hasta el momento, no se contaba. Lo hace con la esperanza de que, por obra y gracia de esa simple confesión, todo se arregle, y deje de pensar y de sentir lo que no quiere, o no debe, ya ni lo sabe, sentir; que el corazón vuelva a su lugar, se recoloque y, con él, todas las piezas del puzzle que no consigue terminar.

Pero las cosas no siempre son tan sencillas como una creía que podrían llegar a ser y resulta que ninguna de esas esperanzas sonríen a sus expectativas. Entonces, una intenta evitar volver a caer en el bucle acción-reacción-destrucción en el que ya cayó una vez. Y se vuelve un poco excentrica. Empieza a acudir a iglesias a las que nunca acudió, y reza a los dioses en los que nuna creyó. Les pide clemencia y perdón. Les pide un milagro inmerecido, un poco de oxígeno en esa cámara de gas que le impide respirar. Y, de pronto, empieza a escuchar canciones de un coro de niños, sale de allí y vuelve corriendo a casa, con el corazón acelerado, empapada en un sudor que nadie secará esa noche. Y la puerta no se abre e intenta forzar lo que no se puede derribar. Le pega unas patadas, ya no sabe si porque quiere entrar y meterse en la bañera o porque no tiene otra forma aniquilar el dolor. Pero nadie abre, ni se mueve, y el silencio es lo único que queda después de la agitación inicial. Apoya su espalda en la pared y resbala hasta el suelo. Una se rinde y, entonces, llora siendo incapaz de discenir si esas lágrimas contienen lo que calla o lo que reza. Y ya no sabe si llora por los dioses, por los niños que cantan en la iglesia, por el sudor que la empapa o porque la puerta no se abre. Deja de pensar, cuesta mucho, deja de sentir y se abandona a los brazos de Morfeo.

De pronto, abre los ojos, está en la cama y la claridad se muestra como punto de inflexión entre el sueño y la vigilia a través de las tablas de una vieja persiana veneciana a medio cerrar. Y allí, mirándola, sonriente, está el culpable del sueño que seguramente vaya a entorpecer el resto de su día, pero respira aliviada, y se entrega un ratito a él, con rabia y amor, con alegría y calor, sabiendo que sigue callando pero que, mientras calle, nada puede temblar.


And then I looked up at the sun and I could see
Oh, the way that gravity turns for you and me.
And then i looked up at the sky and saw the sun
and the way that gravity turns on everyone, on everyone...


http://www.youtube.com/watch?v=pCKbxjicgYM


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1 comentario:

  1. Puede, sí que puede... y aún peor es cuando una se decide a hablar, a pesar del miedo de derrumbarlo todo a su alrededor, y cuando termina de soltar su historia, nada se mueve... :(

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