martes, 31 de mayo de 2011

Junio

Qué fácil es echar la culpa a otro, arrojarle la rabia, reprocharle lo que ha hecho mal y lo que no ha llegado a hacer. Es mucho más sencillo que revisar nuestros propios errores, los pasos mal dados, las palabras mal dichas o las cosas que no deberían haberse hecho.
Claro, es mejor ser víctima que verdugo, deja más espacio a la autocompasión.
No vamos a intentar encontrar aquello que falló, lo que hicimos mal, vamos a pensar que el otro fue el error, que nunca debimos sumergirnos en arenas movedizas cuando había un cartel luminoso en la entrada que no quisimos ver. Regodeémosnos en la ingenuidad, en el dolor que sentimos y, si nos llevamos a alguien por delante, justifiquémoslo con la desgracia que albergamos en el pecho.

Es precisamente la idea de creerse capaz de todo, lo que lleva al ser humano a intentar llegar donde nadie ha sido capaz de llegar. Y no es culpa del resto de la humanidad el vano intento de conquistar un alma sin dueño. Luego, llegan el golpe y la sangre, y nos asustamos.
La canción ya se ha escrito, la bombilla se ha fundido, y no hay manera de cambiarla. Ahora, lo único que queda es salir de entre tanto barro. Que, aunque esté oscuro y yo no haya podido hacerlo, seguro que viene alguien y tira fuerte de tus manos, seguro que no te ahoga la arena.

lunes, 30 de mayo de 2011

Stephen King

"Monsters are real, and ghosts are real too. They live inside us, and sometimes, they win".

jueves, 26 de mayo de 2011

El agujero negro

Quería hacer muchas cosas, contar estrellas, hacerte canciones y cantarlas cuando el resto del mundo se hubiera ido de sueños con Morfeo. Coger el coche y marcharme lejos, sin importarme dónde. Sin mapa, pero contigo.
Quería conservar tu olor en la habitación, algún recuerdo que te hiciera presente incluso cuando no estuvieras. Vencer el miedo a la velocidad, a volar, a saltar. Preocuparme menos por las cosas, sonreír a tu sonrisa y morderte los labios. Quería mirar desde tus ojos, creyendo que, así, lograría comprender lo que nunca llegué a entender. Porque hay cosas que sólo uno conoce.

Quería lunes y domingos. Sábanas, secretos, miradas y estaciones. Primaveras, veranos, otoños e inviernos. Chaparrones, bicicletas, montes y barcos. Quería llorar sin que me importara parecer vulnerable, que me cogieras de la mano y me contaras cómo empezaba a clarear, ser una escultura de piedra blanda.

Quería hacerte gritar, sacarte de quicio, dejarte sin respiración. Encontrar la salida de tu laberinto, encender unas velas y desnudarte a media luz.

Quería muchas cosas. Tantas, que un día, mientras veía amanecer, me di cuenta de que ya no quería ninguna. Supongo que cuando se desea tanto, termina por vencer el cansancio de no tener nada. Lo reconozco, me rendí. Y en la nada me quedé.
Hoy, ni tan siquiera me resulta triste pensar que nunca fui capaz de decirte lo que hubiera hecho por conseguir cada una de las cosas de esta estúpida lista. En definitiva, no creo que quisiera ni más ni menos que lo que quiere una persona enamorada. Me resulta de lo más común, se me hace casi vulgar.

No son buenos tiempos. Esperaba menos lluvia esta primavera.

viernes, 20 de mayo de 2011

Formalidad poca, pero que dure.

En estos días tan poco amables he decidido hacerte un poco de caso y he pensado en la idea de que tal vez no se trate tanto de saber lo que se quiere sino, más bien, de dejar que lo que cada uno siente marque el camino de una vida que, al fin y al cabo, es lo único que tenemos en propiedad. Sueles tener razón.
Tal vez seamos más felices mañana, tal vez no. Tal vez cambien nuestros ideales, no lleguemos a ser quiénes soñábamos o, quién sabe, puede que, con el tiempo, tú termines editando un disco o yo recoja un premio de consolación de algún concurso de relato breve de un barrio. No importa dónde lleguemos, lo importante es que lo hagamos juntas, porque, así, lo bueno es mejor, y lo malo es menos malo.

Una vez me preguntaste por qué no borraba ciertas fotos y textos si tan malos recuerdos me traían. La respuesta fue sencilla: no podemos cambiar el pasado por mucho que intentemos borrarlo pero aún estamos a tiempo de modificar el futuro inexistente.
Siempre he querido guardar aquello y tenerlo bien visible para recordar qué cosas me han hecho ser como soy y quiénes me ayudaron a llegar dónde he llegado.

Gracias por no dejar que pierda de vista mis sueños, por hacer que me agarre fuerte a ellos. Gracias por sacar una sonrisa cuando no la hay, por guardar silencio cuando es mejor que crear cualquier tipo de sonido y por crearme melodías cuando éste es doloroso.
No quiero que esto termine por parecer un texto quinceañero, bien sabes que esos tiempos han quedado atrás y no es mi misión hacerte llorar.
Terminaré diciendo que hoy tengo veintitrés razones para escribirte esto. Veintitrés millares de días para seguir compartiendo historias contigo. Los mismos que para seguir viajando, creando, caminando, imaginando, luchando, riendo o llorando. Para seguir creciendo. Espero que los veintitrés te traigan mejores cosas que los veintidos, aunque se que va a ser difícil de conseguir, intentaré poner mi granito de arena.

El resto, ya lo sabes.

miércoles, 18 de mayo de 2011

360º

Mira cómo sonríe desde arriba, alumbrada entre las nubes, impretérrita ante el sol. Nos desvía la mirada de una pantalla que miente más que habla, para verla de verdad, para recordar que, estés donde estés, miramos la misma. Se esconde entre las nubes, le avergüenza que descubramos su sonrisa, a sabiendas de que aquí derramamos más lágrimas que antes. Y, entonces, se empapa de lluvia, se tiñe de azul, y se encoge en las noches en que el frío no nos quiere calentar.

Me mantiene la mirada en los trenes, me persigue si conduzco y no sale si no estás.
Hace no mucho, se hizo inmensa, como nunca. Creció tanto que llegué a pensar que podría tragarme. Alumbraba la cebada ya crecida, argentaba al río y supe que habías vuelto a ser feliz. Por un momento, también yo lo fui.
Hoy, describe una circunferencia perfecta y se viste de blanco para decirnos que no lloremos, que lo mejor está por llegar.

jueves, 12 de mayo de 2011

La soledad de los números primos- Paolo Giordano

En primer curso de la universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos: son parejas de primos sucesivos, o mejor, casi sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son sino hecho fortuitos, y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansados de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos, que por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, aunque hasta ese momento nadie pueda predecir dónde.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Me gusta/No me gusta IV

Me gusta sentarme en la hierba, deshojar margaritas y soplar dientes de león mientras pido un deseo.
No me gustan los perros grandes sin correa, las ventanas sin persianas ni los árboles en llamas.
Me gusta encontrarte por sorpresa, que me abraces sin permiso y me hables en futuro. Pero odio tragarme las palabras, hablarte con silencios y drogar los sentimientos.

Me gustan las uñas pintadas, el olor de las sábanas recién lavadas, y viajar junto a la ventanilla del tren.
Detesto los portazos, que se enreden los cables de los auriculares (ellos solos), y que entren avispas a la habitación.

Me encanta hablar con alguien sin tener que mirar el reloj, meter los pies en la orilla del mar y dejar que se hundan en la arena, y revisar las fotos que he hecho cualquier noche antes de irme a dormir. Detesto que me duela el dedo que se me salió por tocar la guitarra, los semáforos en rojo y el ascensor en el noveno.

Me gusta imaginar objetos al mirar las nubes, el olor a mar al abrir la ventana y las escaleras que nos vieron suspirar.
Me dan bastante asco las madres que ponen el carrito en el que llevan a sus hijos en la carretera para que los coches paren mientras ellas se quedan en la acera, "los reality show" y que se me olvide lo que iba a decir.

lunes, 2 de mayo de 2011

Irreversible

Un niño se columpia a media noche en el parque. Los demás se han ido a casa, probablemente ya estén descansando. Y, en la calma que han dejado, él se ha convertido en el rey del lugar. Se columpia, al principio con poca fuerza, quizás temeroso de que otro niño pueda volver y reclamarle el sitio. Luego, con ganas, ya se lo cree, es todo suyo. Estira y recoge las piernas con fuerza, como si estuviera intentando dar la vuelta a la barra superior de la que penden sus cadenas.

Yo fumo en la escalera. No encuentro nada mejor que hacer un viernes de finales de abril. La noche está revuelta, caen algunas gotas, pero a ninguno de los dos parece importarnos. He bajado tratando de encontrar algo de aire limpio entre tanta polución y termino contaminándome con alquitranes y humos innecesarios. La estupidez humana nunca tuvo límites.
Él ni tan siquiera se percata de mi presencia, pero le miro y, en cierta manera, siento nostalgia. Ese niño se siente bien mientras se columpia o, por lo menos, eso parece. Claro, que a veces olvido que no todo lo que percibimos es real. Pero ese niño transmite la más pura sensación de libertad disfrutada en un parque que parece haberse creado esa misma noche, sólo para él.

Y yo, también soy libre, quién puede negarlo. Pero estoy sola. Sola en esa noche en la que me hubiera gustado no estarlo. Sola, esperando nada. Sola. Y me da por pensar en todas las cosas que no tienen retorno y en las pesadillas que emborronan mis noches. En el humo que no vuelve al cigarro, en la sangre derramada que jamás volverá a la vena, en nosotros, que no podremos volver a coger las bicicletas para bañarnos juntos en el río, donde las tardes se convertían en aventuras que nadie podría llegar a imaginar. Pienso en ti, en todo lo que te vas a perder, y me ahoga la pena.

Y, entonces, entiendo por qué quiero volver a ser niña. Siguiendo mi grado de estupidez, por un momento he creído que, si volvese atrás, quizás, podría cambiarlo todo. He creído que, si volvía a verte tan fuerte como siempre, tan heroico, tan capaz, no escogerías ese camino, ni subirías a ese coche, ni sonaría el teléfono con inquietud en una terrible y fría mañana para tener que escuchar lo que nunca hubiera querido escuchar, ni tendría que haber sentido ese mazazo en el pecho, ni desearía volver quince años atrás, ni escribiría estas inservibles palabras.
Pero hay cosas que no tienen retorno, un segundo puede cambiarlo todo, y eso me asusta. Una palabra, un mal gesto, una decisión a destiempo, quién sabe, se llevó tu vida y cambió la nuestra. Y no hay día que no piense en ti.

El niño deja de columpiarse, mira el reloj, busca con los ojos la que supongo que es la ventana del salón de su casa y ve a una mujer avisándole para que suba.
Cada vez llueve más y mi cigarro hace un rato que se ha consumido. No sé el tiempo que he pasado viajando a través de imposibles.
Saco las llaves del bolso y vuelvo a casa. Por hoy, ya he pensado demasiado.