martes, 31 de mayo de 2011

Junio

Qué fácil es echar la culpa a otro, arrojarle la rabia, reprocharle lo que ha hecho mal y lo que no ha llegado a hacer. Es mucho más sencillo que revisar nuestros propios errores, los pasos mal dados, las palabras mal dichas o las cosas que no deberían haberse hecho.
Claro, es mejor ser víctima que verdugo, deja más espacio a la autocompasión.
No vamos a intentar encontrar aquello que falló, lo que hicimos mal, vamos a pensar que el otro fue el error, que nunca debimos sumergirnos en arenas movedizas cuando había un cartel luminoso en la entrada que no quisimos ver. Regodeémosnos en la ingenuidad, en el dolor que sentimos y, si nos llevamos a alguien por delante, justifiquémoslo con la desgracia que albergamos en el pecho.

Es precisamente la idea de creerse capaz de todo, lo que lleva al ser humano a intentar llegar donde nadie ha sido capaz de llegar. Y no es culpa del resto de la humanidad el vano intento de conquistar un alma sin dueño. Luego, llegan el golpe y la sangre, y nos asustamos.
La canción ya se ha escrito, la bombilla se ha fundido, y no hay manera de cambiarla. Ahora, lo único que queda es salir de entre tanto barro. Que, aunque esté oscuro y yo no haya podido hacerlo, seguro que viene alguien y tira fuerte de tus manos, seguro que no te ahoga la arena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario