Una vez me dijo que le olvidaría, y juré no hacerlo. Pero hoy no logro recordar casi nada. Apenas recuerdo su manera de coger el cigarrillo, con la mano temblorosa, o las tardes en las que me decía que no tuviera miedo de esas películas en las que los fantasmas ocupaban casas ajenas, que los actores se iban, más tarde, a tomar un café juntos. "Teme a los vivos, no a los muertos", decía dejando resbalar por su nariz las gafas de lectura. Años después, seguía siendo incapaz de cruzar el pasillo de su casa en plena noche. Incluso hoy me costaría hacerlo.
Recuerdo su manera de defenderme cuando me negaba a cenar, de tirar la copa de vino por la mesa en cualquier comida familiar, su mal humor cuando salía alguien en la tele que no le caía bien, o cómo la intención de reñirnos quedaba sólo en eso, en intención, cuando mi prima y yo saltábamos sobre la cama de su habitación.
Pero no recuerdo más. Y son precisamente los recuerdos que no llegaron a crearse los que más me atormentan cuando pienso en él.
No conocí sus miedos, ni llegué a saber qué era aquello que hacía brincar a su corazón de alegría. No sé si sufrió durante aquellos diez macabros años o si los vivió como él siempre hubiera deseado.
No sé dónde está, y dudo que volvamos a encontrarnos. Sólo sé que una mañana desperté y supe que no volvería a tener la oportunidad de conocer todo eso que no llegué a conocer. Hay oportunidades que sólo se presentan una vez, y resulta tan doloroso pensar que no van a volver, que las personas se aferran al más allá como si de un comodín se tratase.
Sí, sería estupendo que existiera una caja mágica donde pudiéramos decir lo que sentimos a toda la gente a la que no se lo dijimos, donde pudiéramos gritar lo mucho que les echamos de menos, teniendo la seguridad de que pueden oírnos.
Pero lo que muchos no llegan a pensar es que esa caja ya existe, se llama vida, y es ahora.
Bufff, tremendo.
ResponderEliminar¡Gracias por este regalo!
Todo dicho :)
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