Detesto que me exijan. En serio, es algo con lo que no puedo. Eso de que me recriminen, además, lo que hago o dejo de hacer me estomaga. Crea en mi el efecto contrario a lo que la gente espera y, claro, luego que si decepciono, que si hay que ver cómo me pongo, que si no se me puede decir nada. Pues no. Hoy no.
Desde aquí quiero dejar una cosa bastante clara: vivo feliz en mi libertad.
Y si no quiero pasear por un parque porque prefiero ver una película no me digas que pasee por un parque porque, a parte de no hacerlo, vas a conseguir que cada día tenga menos ganas de ir.
Es un efecto rebote. Me dicen lo que tengo que hacer con mi vida, y hago lo contrario. Me pides que baile contigo, y me pongo a hacer el pino. No es cuestión de cabezonería, sino de tranquilidad. Vale, quizás pueda estar siendo egoísta o esté pecando un poco de hedonísta. Pero es que nunca he negado que lo sea. Es que ahora mismo estoy en una edad en la que hay que hacer lo que a uno le de la gana. Ojo, siempre dentro de unos límites, no vamos a ponernos extremistas. No voy a dejar a una señora sangrando de la cabeza porque no me apetezca coserla. No hablo de eso, hablo de intentar vivir tranquila. Y, si así vivo feliz, ¿para qué voy a cambiar las cosas?
A veces necesito estar sola. Pero no un día, sino muchos. Y eso es algo que la mayoría de la gente no entiende. No entienden que, a veces, la compañía de uno mismo es mejor que encontrarse con cualquiera y beber hasta perder el sentido. Y la gente se cabrea si resulta que no te apetece moverte de casa. Pero, vamos a ver, ¿por qué voy a tener que hacer lo que tú me digas?, ¿qué clase de chantaje intentas imponerme? Que los sobornos de la mafia se los dejo a Los Soprano, que para algo son los mejores en lo suyo. Que me rodeo de los que me quieren, y los que me quieren ya saben que les rodeo aunque no siempre esté.
De verdad, o es que yo vivo muy en mi mundo, o es que la gente es muy dependiente. O muy gilipollas, que también.
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