jueves, 27 de mayo de 2010

Cosas que hacen que la vida valga la pena (en continua construcción)

-El olor a césped recién cortado en primavera por las mañanas.
-Pelar una manzana sin que se rompa la piel.
-Una toalla caliente al salir de la ducha en invierno.
- Las olimpiadas.
-Que una película te haga reír, llorar e, incluso, sentirte enamorada.
-Tumbarse a mirar las estrellas en verano en el campo.

-Los besos en el cuello y los masajes en los pies.
-Bañarse en el mar y secarse al sol.
-Estar en un bar y que suene una de tus canciones favoritas.
-La risa de un niño.
-Encontrarte con alguien a quién hacía mucho que no veías y que tenías ganas de ver.
-Encontrar aparcamiento donde tu quieras.
-Los atardeceres.
-Tocar con la guitarra una canción y que suene exáctamete igual a la original.
-Los besos robados.
-Las sorpresas ( y sorprender)
-Las cartas sin remite.
-Las cañas con los amigos.
-Los miércoles de 100montaditos.
-El amor en todas sus formas.
-Los buenos libros. Esos en los que terminas y echas de menos a los personajes.
-Los orgasmos.
-El olor a humedad que hay antes de una tormenta.
-El cine.
-Hablar con cualquier desconocido.
-Pelar un montón de pipas y comerlas todas juntas.
-Escuchar una canción y que se te ponga la carne de gallina.
-El chocolate.
-El olor a gasolina.
-Quique Gónzalez, Haruki Murakami, Los Soprano, Lost in translation, Queen y The Beatles.
-Ayudar a alguien.
-Sacar formas de las nubes.
-La luna en el solsticio de verano.
-Conocer a tu cantante/escritor favorito.

domingo, 23 de mayo de 2010

Desire

Le conocí en el metro. El mismo lugar donde dejé de verle.
Llevaba barba de dos días y una sudadera de Harvard. Otro pijo de ciudad, pensé.

Pues bien, ahí estaba yo sentada, concentrada en mi música. Mi música y nada más. A veces no me hace falta nada más que eso. Unos cascos y mirar a la gente mientras invento la clase de vida que llevarán, los sueños que han cumplido y los que quizás les quedan por cumplir.
A cierta distancia, pude sentir sus ojos sobre mí. Y mi mirada, esquiva, le rozó los labios. Juro que fue un accidente. Pero pasó. Debió de hacerle cosquillas, pues sonrió. Y yo respondí como una idiota. Ahora pienso que quizás tan sólo lo hice porque me sentó bien eso de saber que existía, de repente, alguien en este puto mundo para quien no era invisible.

Sigo mis impulsos, pero si me empujan me resulta más fácil saltar. Puede que fuera mi mente la que quiso ver un gesto en su cara pidiéndome bajar en su parada. Puede que no. Pero bajé. Salí como si aquello fuera a arder o algo así. Como si, en realidad, aquella fuera mi parada. Y me seguían. Esos ojos me seguían. De repente, a mi izquierda, apareció de nuevo, sonriendo. Temí que fuera mudo, en serio. Me quité los cascos y ya, de paso, un poco de coraza:

-¿No vas a preguntarme mi nombre?
-Pensé que no podrías oírme con ese trasto en la cabeza.

Las apariencias engañan, pero sus palabras no lo hicieron.
Es curioso cómo las cosas pueden cambiar en tres paradas. Puedes estar tan vencida, tan cansada de todo, de nada... Y de repente, alguien recompone tus pedazos. Y ni te das cuenta, pero sonríes.
Destinos cruzados, encuentros y despedidas en un mismo lugar.
Si ya lo dice Quique González, que cada día puede ser un gran día, pero hay días más grandes todavía. Y lo que podía haber quedado en un simple cruce de miradas, se convirtió en un daiquiri, y otro, y una cerveza, y un paseo, y una cena con ración de besos, y un dollar que devolver a la vuelta, y una salida de emergencia a la que acudir cuando se te incendia el alma.

jueves, 20 de mayo de 2010

Plaf

Si tuviera que perderme cada día tan sólo para volver a caminar contigo, lo haría.
Casualidades, destinos. Llámalo equis. Pero lo haría. Perderme, claro. Y hablar contigo, de cualquier cosa. Sin un café entre las manos, pero con todo el tiempo entre los dedos.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Consumir preferentemente antes de...

Ha llegado el calor. Y con él, los sentimientos se ponen a flor de piel. Es incríble, pero todo sentimiento es mucho más tangible ahora.
Ahora que te pienso, ahora que hace calor. Es tiempo de cañas, risas, paseos, césped, granizados y besos.

Es momento de que vengas a recogerme y el tiempo pase deprisa. De que me saludes con una sonrisa y te despidas con un beso. Tiempo de contar estrellas y ponerlas nombre. De deshojar margaritas y que nos den la razón.
Tiempo de sentir, de dejar de mentir. De que me quites el disfraz como más te guste. De que te guste más lo que sea que haya debajo.

De montar en cualquier cacharro que nos haga sentir vértigo, descargar adrenalina y creernos invencibles.
Tiempo de perder el control. Que al fin y al cabo, es lo que mejor hacemos.
De coger un tren sin saber qué destino tiene, y bajar donde queramos. O de viajar en coche sin destino fijo, durmiendo cada día en un lugar. Sin dejar nunca de contar las estrellas, recuérdalo.
"De estufa, corazón, te tengo a ti"
.

Te regalo el libro que no he leído. Dame tú uno con páginas blancas, que lo relleno. Que te cuento la historia del pescador ese que conocía la esencia de la vida. Tú dámelo que te la escribo. Tú acércate, que te muerdo y no te suelto.
"
Y ahora tendré que salir a buscarte...".



.

lunes, 17 de mayo de 2010

Es mentira.

Verás, haremos una cosa. Yo no te correspondo, tú no me correspondes, y todos contentos.
Quizás así sea más fácil desplegar las alas para estamparse en cualquier lugar. Quizás no.
De cualquier manera, en otro tiempo te habría querido. No te miento. Lo habría hecho de esa manera tan tonta con la que hago las cosas más sencillas como lavarme los dientes con la mano izquierda, pintarme los labios antes de lavarme los dientes o buscar la parte fría del colchón en las noches de verano.

Antes no era tan difícil querer. Sin miedo. Yo quería sin miedo.
No es que hiciera promesas. Nunca me han gustado, por eso de no cumplirlas y decepcionar. O, mucho peor, por eso de que no las cumplieran. Pero quería. Y habría resultado tan fácil quererte entonces, cuando no había cicatrices que proteger, ni complejos que esconder, ni caras que olvidar.

Ahora todo duele menos, aunque tan sólo sea porque no dejo que las cosas me afecten demasiado. Si no me mojo no tengo que secarme. No sé si me entiendes. Sí, ya sé que es idiota hacer eso, que no tiene escusa. Pero así como tú usas mecanismos de defensa de tipo transferencia, sublimación y demás rollos psicológicos, yo utilizo la negación. Si me lo niego, me lo creo. No se engañar al resto, pero a mi me engaño que da gusto.

Te habría escrito cuatro versos, ni uno más. Mal escritos y sinceros. Con sentido y sin paraguas.
Te habría dado cada una de mis noches, con su luna y sus estrellas. Con mis velas y tus sueños.
Te habría contado mis idas y venidas, habría escuchado las tuyas. Si me esfuerzo, hasta puedo verte sonreir. Sé que habrías sonreído. Con esa sonrisa que pones cuando te pido que me lleves al mar, a ver algún amanecer. La misma que pones cuando me ves llegar.

Entoces te habría besado. Sin prisa unas veces, a quemarropa otras. Sin contrato, con calor, incendiando portales.
Habríamos inventado alguna que otra historia sobre cualquier persona que hubiéramos visto viajando en el metro. Habríamos decorado mi habitación, le habríamos puesto hasta nombre.
Nos habríamos tumbado en silencio al sol, dejándonos querer.

Pero no puedo darte esos versos, ni esas noches, ni esos besos. Ni inventar, ni decorar, ni dejarme querer.
Mejor no correspondernos. No me quieras, no quiero quererte. O no puedo. Ni yo lo sé.
Además, si empiezas a hacerlo no vas a poder dejarlo. Y yo tampoco.
Hay trenes que hay que coger deprisa, que si se cierran las puertas ya no subes. Pero déjame pasar. Yo no soy tu tren, no vas a ser feliz conmigo.
Y tú eso no lo sabes.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Perdón por la tristeza

Tenía que llegar, el golpe, la caída. Se vive muy feliz sobrevolando las aceras de la ciudad, pero no se da uno cuenta de que en algún momento va a tropezar con con el bordillo. Tendría que haberme dado cuenta, sobre todo después de haber venido de donde vine.
Es como salir de una ensoñación a las cuatro y media de la tarde. Aturdido, sin saber muy bien dónde se está ni cómo se ha llegado hasta ahí. Perdiendo un poco la identidad.


Pues, señoras y señores, caí. Y además de manera bastante brusca. Ayer por la mañana. Lo que pasa que no hubo nadie que me sujetara ni me preguntara si me había hecho daño. Ni siquiera estaba en la calle. Tropecé en el salón de mi casa. Por suerte mi cabeza no aterrizó en el bordillo de la mesa.


Cuando recuperé un poco la conciencia te llamé y me eché a llorar. Asustada como un niño, sin saber qué hacer, que decisión tomar. Me sentía más sola que la luna, eso te lo aseguro. A ti te lo cuento, que siempre estás. A ti, incondicional. A tí, que se no vas a dejar de quererme. Porque hay algo que no sabe la gente. Es muy fácil odiarme. De verdad, puedo llegar a ser de lo más odiosa. Puedes preguntar por ahí, que vas a oír de todo. Pero como alguien decida quererme, quererme de verdad (que de amores postizos está el mundo lleno), es difícil que deje de hacerlo. No sé por qué, pero pasa.
Quizás a ti te haya tocado quererme porque no hayas tenido otra opción, porque odiarme podría llegar a ser más doloroso. Porque, si lo hacías, ibas a terminar queriéndome más.

Y no, no es que hoy esté desbordando autoestima. No me creo nadie, pero sé lo que te pasa. He aprendido lo que le pasa a la gente que se relaciona conmigo. En serio.


Lo que iba diciendo, no entiendo cómo tu voz pudo tranquilizarme, pero lo hizo. Una vez más lo consiguió. Entonces comprendí que los cientos de kilómetros que nos separan nunca serán más fuertes que el vínculo que nos une, que a ti también es imposible dejarte de querer. Y él día fue mejorando. Será una coincidencia, pero incluso salió el sol. Y eso ya es mucho en estos días de mierda. No volví a sobrevolar la tierra, pero tampoco tropecé.



Hoy intentaré coger carrerilla y pegar el salto. El
"pequeño salto mortal" que me devuelva a donde estaba. A la perpétua sonrisa, a la paz interior, a atreverme a volver a mirar las estrellas que decoran mi habitación. Luego te llamaré, y te daré las gracias. Tú no sabrás por qué, pero tampoco preguntarás. En eso se basa lo nuestro. En saber sin preguntar. Hablar sin pronunciar. Querer sin mirar.

martes, 11 de mayo de 2010

La destrucción.

Qué voy a contarte que no sepas. Creíamos en los sueños. Era tan fácil como atarse los cordones y echar a correr. Con el riesgo de caer, pero con la emoción de llegar. Las horas se perdían entre los dedos y los días bronceaban tu piel.

Porque eras libre, tan libre como yo. Hacías castillos de arena, barcos con los juncos, llamabas a los timbres y congelabas los petit suises. Comías el bocadillo en la plaza y construías las casetas en el arroyo. Besabas con miedo y bailabas sin él.

Ahora montas en yates que no puedes pagar, pretendes comer marisco en el plaza y hacerte un chalet a la orilla del mar. Besas sin ganas y mejor no hablemos de bailar.

Pero vamos, que podemos hacer como que no creímos en nada. Finjamos haber sido paganos de metas inciertas pero alcanzables, haber soñado con no crecer. Hagamos como que no me agarraste la mano para saltar el charco creyendo que si me caía en el me tragaría la tierra, c
omo que no temblabas al besarme bajo el puente aquella noche de verano, como que no contamos las estrellas, como que no quisiste bailar con ellas.


Que lo entiendo, de verdad. Que claro, ya has entrado en ese bucle en el que se cae cuando "te haces mayor" y no sabes que, cuando se entra, se cierra una puerta que es difícil volver a abrir.



Ahora, llámame inmadura, aprieta los dientes y hazte un nudo en la corbata. Sigue sin mirar a los ojos de la gente cuando hablas.
Ten cuidado, no te manches, no te sientes en el suelo.
No te bañes en el río, podrías tragar agua y alguna enfermedad.
Y sigue a lo tuyo, que ya hacemos los demás por hacer de lo nuestro algo diferente.