Hay momentos de lucidez que caen sobre nosotros cuando menos lo esperamos. A veces, paseando. Otras, conduciendo, en la ducha, o viendo la escena más vulgar de una película de acción.
Y cuando golpean tu frente, cuando te hacen abrir los ojos más de lo normal, tienes que agarrarte fuerte a cualquier sitio para no caer. La verdad no siempre es amable, y eso es algo que cuesta encajar.
A veces las ideas se ordenan en cuestión de segundos. Y no sabemos cómo pero, de pronto, todo aparece ante nosotros. Lo vemos claro y podemos leerlo como una revelación que va a cambiar el rumbo de nuestros sueños.
Entonces, decidimos que es el momento de apartar lo malo. Lo que muerde las entrañas, lo que araña el alma.
Nadie tiene por qué tratarnos mal. Nadie es más que tú. Y tú no eres más que yo. Eso es algo que parecía haber olvidado. Pero, mira, si lo había olvidado es porque alguna vez lo tuve presente. Y me cuesta creer que vosotros hayáis tenido alguna vez una idea tan simple como esa metida en la caja de polillas que lleváis sobre los hombros. Juzgar es un arte muy barato y aún me cuesta entender por qué cuando se anda emocionalmente rico algunos tienden a comprarlo. Vosotros debiáis ser los reyes del mundo. De amor a vosotros estábais hasta arriba. Les hay que no se follan a sí mismos porque no pueden. Estoy segura.
Con miraros el ombligo y escupir en el ajeno se os llenaba el cuerpo de adrenalina. Con hablar sin escuchar, con cerrar puertas en la cara, con demostrar lo que nunca fuistéis, con vomitar decepción en cada esquina que doblabáis, teniáis suficiente. Aunque a mi me resulte más fácil hablar de empatía, a veces resbalo y olvido que no sois como yo. Que ese sentimiento no lo tenéis registrado.
Ojala las cosas hubiesen salido de otra manera. Ojala no hubieráis tirado la primera piedra.
Pero ni yo estaba libre de pecado, ni vosotros dispuestos a guardarosla en el bolsillo. Porque cuando alguien sobra, lo mejor es que se marche. Hacerle desaparecer, apedrear y enterrar. Aunque hayamos cometido el mismo pecado, enterremos los nuestros con los del lapidado. Para que nadie los vea, no vaya a ser que susurren a otros oídos. Que no queremos terminar como ese, sangrando en el suelo.
Cuánta mezquindad. Ahora puedo decirlo. Después de ocho macabros meses, puedo estar orgullosa de haber vísto de manera clara, así, escuchando una canción, que ya no me hacéis daño. Que vuestro ego es la cruz que tenéis que cargar. Y que, aunque hayan dolido, esas piedras no han logrado terminar conmigo. Soy mucho más fuerte de lo que creía, y da bastante pena que tengan que pasar estas cosas para adivinarlo. Pero si es la única forma, dejadme un bate, que hago maravillas.
http://www.youtube.com/watch?v=i1sPityLW4I