lunes, 15 de febrero de 2010

(28/8/08)

Cuando no nos queda nada en que creer, comenzamos a esperar lo inesperado, aferrándonos a ese iluso y mentiroso sentimiento llamado esperanza.


Lo que no tenemos en cuenta en esos momentos es que, más allá de la esperanza que día a día nos mantiene con vida tirando de nuestros sueños, se esconden el desencanto, el desencuentro y el desacato de las palabras mudas, los teléfonos sin contestador y las promesas incumplidas (o cumplidas a destiempo).


Así pasan días, semanas, meses, e incluso años y llega el día en que, cansados de esperar lo inesperado, la esperanza se desvanece dejándonos la huella nostálgica de todos los sentimientos que escondía tras de sí.

La esperanza es lo último que se pierde”- hemos oído decir centenares de veces. Pero, ¿alguien nos ha contado lo que queda cuando ésta se esfuma? No. Y quizás sea el problema de los sueños rotos en días muertos. Nada. No queda nada. El vacío más doloroso y absoluto.


Y si bien es cierto que quien nada tiene, nada puede perder, quizás también lo sea el hecho de que, si no lo tiene, es porque no ha sabido buscar, encontrar, o lo que es peor, retener lo que un día tuvo.

Miradas (13/12/08)

Una vez más, caen las miradas. Gota a gota. Nerviosas, confusas, pero ilusas. Sin pausa, pero sin prisa. Arrastran los segundos, aniquilan los minutos, fulminan una por una cada hora del día.

Caen, y el vaso comienza a llenarse.

Matan las miradas, de la misma manera que el frío al calor, el odio al amor y la luna al sol.

Negras, inquietantes, penetrantes.

Intenta dormir. No puede verlas, pero las oye caer. Gota a gota. Clic, sus ojos. Clic, sus manos. Clic, sus labios. Clic, su cuerpo. ¿La obsesión supera al deseo, o el deseo a la obsesión? No logra distinguir.

El vaso a la mitad.

Cruces, miradas. No conoce la voz. No quiere conocerla. Ya hablan los ojos, arrolladores, como trenes.


Ruuuum, léeme los ojos. Ruuuum, venga, acércate. Sí, a ti te estoy hablando.


Da un par de pasos, pero algo le frena. Intenta avanzar. No puede moverse. De pronto, recuerda alguna de las pesadillas infantiles en las que no podía correr mientras un lince intentaba morderle los talones.

Se traga las ganas.


Tiene que haber una salida, alguna opción de aproximarse. Si esos ojos hablan, quizás los suyos también puedan hacerlo. Si cada gota es una súplica quizás sea porque él ha escuchado las suyas antes. ¡Qué estupidez! No debe creerse su propia mentira. Y, mientras decide darse la vuelta y evitarse un mal trago, no se da cuenta de que la figura está cada vez más cerca de ella.

El vaso está lleno.


Clic, sus ojos.

Clic, sus manos.

Clic, sus labios.

Clic, sus cuerpos.

Clic, el deseo hecho carne.

¿Cara o cruz?

Que las cosas no sucedan siempre como nosotros quisiéramos que sucedieran, no quiere decir que hayan salido mal.


Hace ya tiempo que dejé de creer en el destino (si es que alguna vez creí en él). Pero si hay algo que he aprendido durante estos últimos años es que, tarde o temprano, todos terminamos recibiendo lo que hemos dado, y dando lo que hemos recibido. Algunos lo asocian al llamado “karma”. Yo no sé cómo llamarlo, pero se que ocurre.


Con esto no intento decir que cada uno recibe lo que merece. No. Cada uno recibe lo que recibe. Unas veces nos gusta, otras no. No obstante, subrayo que el segundo caso no tiene por qué ser del todo desfavorable.

Todo tiene una cara y una cruz. Y, si en cierto momento no podemos tener el control sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor, siempre podremos elegir el lado de la moneda desde el que ver las cosas.


Muchos eligen cruz. Porque, claro está, resulta mucho más fácil no esforzarse en buscar la ventaja, por ínfima que sea, a lo que tanto nos comprime el pecho, el hambre o el sueño, y preferimos cargar con el peso de nuestros propios y tan subjetivos pensamientos ¿verdad? Hablo de “nosotros” porque he pasado demasiado tiempo en el grupo de la comodidad, la cobardía y el desasosiego. En el grupo de la cruz.


Pero siempre me fascinaron los que eligieron cara. Los que aprendieron de los errores. Los que arriesgaron y perdieron, pero supieron que con ello habían ganado. No, no se engañaban. Habían ganado.

Por eso ha girado la moneda. Esta tarde la he tirado al aire, y ha salido cara. ¿Destino o casualidad? No me importa. Y aunque resulte más difícil, ya es hora de empezar a sentirse bien.

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Escribiré palabras para ti. Tal vez no sean nuevas, resulten repetitivas, monótonas o creas que no expresan nada. Pero serán sinceras.

Las palabras son muy bailonas, por lo menos las que yo escribo, y sus reacciones serán de lo más inesperado. No sabrán quedarse quietas en un poema, una verborrea filosófica o en una carta de amor. Así que unas veces decidirán agruparse en frases. Sentenciando, preguntado, pregonando, jugueteando, deseando o desaprobando. Luego, todas esas frases, muertas de frío o ávidas de encuentros, se apiñarán en textos de distinta extensión e intensidad literaria que leerás pensando que no hablan de ti.

Otras veces querrán ser escritas al azar, aparentando sufrir una grave alteración de la coherencia que tan sólo quedarán en eso, en apariencia, pues es lo que se estila, mas no lo que me gusta. Nunca me ha gustado disfrazarme, por lo menos voluntariamente, tras apariencias de porcelana, frágiles y quebradizas.

Así conocerás las partes que componen toda esta maquinaria explosiva que reside en mi, mientras cada una de las letras se ira acomodando en los diversos y recónditos rincones de tu interior. Reconfortándote, acariciándote, sorprendiéndote o tan sólo acompañándote si yo no estoy.

Puede que a veces no entiendas lo que quieren decir y tengas que leer entre líneas. No será fácil, pero se que al final, con poco esfuerzo, conseguirás comprender lo que quiero decir.

Vulgares o poéticas, repulsivas o atractivas, reprochables o adorables… Pero todas, y cada una de ellas serán para ti.

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Y tu vendrás, como venías entonces. Ocultando, sonriente, viejas penas. Con el gesto cansado y tosco quizás. Pero sonriendo.

Vendrás dejando atrás gente que, al cruzarse contigo, no percibirá tu olor ni tus maneras. Locos, no mirarán el color de tus ojos.

Llegarás para contarme tu batalla, y no acertaré a moverme. No palpitaré por temor despertar y encontrar que tan sólo fue un sueño. Que efímero fuíste, otra vez.

Se que vendrás, y que nada cambiará . El río seguirá llegando al mar y el agua no dejará de apagar el fuego cuando hayas aparecido. Tú paso seguirá siendo firme, pero tu abrumadora seguridad ya no excitará ninguno de mis sentidos.

Yo te hablaré de mis buenas nuevas y tú intentarás recordar las malas viejas, teñiremos de café la tarde, y cuando caiga el sol intentarás besarme, como entonces. Será cuando te hable de él, que siempre está, que me quiere bien. Y de ti, que vuelves a destiempo, a intentar desencajar el rompecambezas que otros ya han terminado.

martes, 2 de febrero de 2010

But you're missing

Me gustaría poder decirte que te voy a echar de menos. Poder evitar que esa vela se consumiera cada día, y apagar el fuego como fuera. Sin embargo, tengo que conformarme con ver que se prenden las cortinas y que ni el agua puede apagar el incendio. Que nos quemamos. Nos quemamos contigo.

Me arden los ojos cuando pienso en el desastre, y sigo siendo cobarde. Ni siquiera soy capaz de agarrar el teléfono para decirte que te voy a echar de menos. Que echaré de menos cada uno de los veranos que no he pasado contigo, cada uno de los veranos que no vamos a pasar disfrazadas de moras, o de cristianas. Amaneciendo en la playa, atardeciendo en el mar.
Que seguiré esperarando tu llamada diciendo que vaya a verte. Que ya no voy a poder decirte que sí.

Todo se quema. Y mi mente, macabra, te sueña sana.
Te sueña riendo. A veces enfadada, queriendo quitarnos la razón. Te sueña entre las olas, y guiándonos por un camino hacia ninguna parte. Luego, despierto y me seco las lágrimas.

Hoy soplaré una vela por ti, intentando arrancar, en la distancia, un poco de ese dolor que sientes.
Felicidades.